Al igual que ocurre con la estética, los pilares de una democracia no son cuestión de gustos subjetivos. ¿De qué pueden ser? De la bella razón científica “en” la política. Aquella que se fundamenta en la separación de poderes políticos y consagra, con moralidad y prudencia, el poder del pueblo y por el pueblo. Aquella que aplicada al arte por Donatello le permitió realizar la maravilla de la silueta ecuestre del condotiero Gattamelata que deslumbró al mundo por su fidelidad a la imagen de un caballo en movimiento. Y si el pueblo y sus necesidades y valores son tal “caballo en movimiento”, es evidente que el poder democrático debe “dibujarlo fielmente” en sus acciones de gobierno.   No son juegos de palabras. Porque es cosa muy diferente “la razón en política” que la “razón de la política” o la “razón de Estado”. Estas dos últimas construcciones filosóficas nos remiten a los dos grandes acontecimientos de la historia política occidental: el pensamiento filosófico-político de la Grecia Clásica y el Estado moderno de la Europa mercantil. Pero ¿por qué las razones del poder político no significaron el poder del pueblo y para el pueblo? Porque aquellas teorías políticas se limitaban a justificar socialmente el gobierno: las clásicas mediante una concepción idealista del bien, con la prudente excepción de Aristóteles, y las modernas por medio de la eficacia eutáxica del propio gobierno aunque fuera a costa del “antiestético” crimen de Estado.   Hay, pues, dos usos de la razón científica respecto de la política: la razón al servicio de la justificación del poder despótico y oligárquico, que todavía hoy en día se realiza bajo la forma del Estado de partidos, y la razón científica al servicio de la libertad política. Y, además, son posibles dos combinaciones entre la razón científica y la política: la “política en la razón” que, siguiendo el totalitarismo platónico, las ideologías del siglo XIX y XX impusieron cruelmente en las sociedades de todo el mundo; y la “razón en la política”. La política de los gobiernos occidentales podrá ser objeto de la estética de la libertad política si, por lo menos, un tercio de la población culta de dichos países, logra superar el nivel de las justificaciones ideológicas de la política y consiguen cambiar la mentalidad de “la política fundamentada en Ideas absolutas”- aunque sean las liberales o socialistas- por la de la razón y la ciencia “en” la política, la única que garantiza el poder del pueblo y sus representantes legítimos en el gobierno y el parlamento legislador.   El Gattamelata (foto: Rionda)

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