Como si el cielo quisiera besarlas (foto: fernando) Tiempo político El mismo mercado que hace sólo días fue intervenido en nombre de la salvaguarda de su vis financiera, menor cuantitativamente hablando pero políticamente engrandecida, sería intocable si se tratara de evitar que la gestión energética de un país quede, mercantilmente, en manos de otro. Pero como quiera que estas operaciones, contrarias en sus sentidos técnico e ideológico, benefician a las mismas personas del oligarcado, se olvida convenientemente lo ocurrido en las cumbres del mundo. Mientras, la memoria histórica, que nadie sabe qué recuerdos contiene, se arrastra por el fango para volver con la costilla que recreará la dignidad de la sociedad civil.   El poder cumple con la ley de conservación del tiempo. Y no sólo porque cualquier tipo de poder necesite del presente (el estar como única forma de ser) para conservar su propia esencia, sino porque el poder facticio requiere imperiosamente de él para legitimarse. Esta coherencia existencial, prisionera de sí misma, exige al discurso en foto fija de los políticos escapar a la coherencia lógica. En este sentido, el presente es más que cualquier otra cosa un apetito. El presente y el entretenimiento son conservadores de sí mismos, como todos los apetitos. No hace falta sino observar cómo los nostálgicos se nutren de su propio pasado.   Cualquier artefacto inventado para distraer a los siervos políticos y no para engrandecer, discriminándolos, las pasiones y pensamientos, sólo puede reconocer su propia valía en el Estado. Los premios y subvenciones del poder (léase Barceló) suponen el reconocimiento a esa labor. El presente es el premio que el Estado de los usurpadores se entrega a sí mismo. El artista orgánico comprende que su obra debe oler mal y desaparecer en poco tiempo si quiere ser presente. El entretenimiento debe ser efímero y caro; pero la deformación mental que produce el constante entretenimiento, avoca permanentemente la persona ligada a ese poder no sólo al fracaso intelectual, sino al artístico y político, pues ambos se encuentran psicológicamente unidos a la subversiva proyección del presente, a la acción.

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