Klaus Schwab y George Bush (foto: World Economic Forum) Si en el Cielo se convocaran elecciones a Dios y los partidos numénicos presentaran candidatos (tenemos que reconocer que lo más ajustado al Reino que no es de este mundo es la partidocracia), sería nuestro deber apoyar con el voto el refrendo del candidato G-22 (es de suponer que en la Perfecta Eternidad los candidatos serían verdaderamente serios y se seleccionarían tecleando un código, como esas canciones tristes que las Seeburg emiten en las películas).   Así pues, G-22. En opinión de San Anselmo, incluso los ateos deberían reconocer a Dios como el ser que no puede pensarse como más grande. Claro que quizá el ejemplar cristiano no tuvo en cuenta que un ser que puede ser nombrado pero no pensado (infinito, nada), podría ser más grande. Incluso que, como piensan los hindúes, bajo lo más grande puede haber una tortuga que chapotea en un río de leche.   El grupo golpista que se encontrará en Washington el día para decidir nada y consensuar todo, cumple todas las condiciones mencionadas. Casi podría constituir un eslogan olímpico: ni más grande, ni más nombrado e imposible de controlar, ni más jarana en ríos de leche. Sin embargo, no deben subestimarse las acciones sin decisión surgidas de los consensos de urgencia.   Quienes no conocen la democracia ni la historia piensan que Adolfo Hitler fue alzado democráticamente hasta la cancillería del Gobierno alemán. La realidad es que un acuerdo entre quienes esperaban su fracaso, quienes querían aprovechar los espacios arrebatados a los partidos tradicionales por un grupo vocacionalmente residual y el desconfiado Hindenburg, fue la causa. El consenso.   Claro está que la situación no es la misma, entonces se consensuó para frenar el cambio temido y ahora, los desleales presentes en la cumbre lo harán para maquillar la temida continuidad.   Hasta la omnipotencia divina tiene un límite, marcado por el principio de contradicción. Ni siquiera el Dios del consenso puede crear al mismo tiempo un homo politicus que sea inocente y culpable del mismo crimen.

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