Entre montañas (foto: L.F. Rodríguez García) Temor y temblor El misticismo y los místicos exageran, pero la experiencia mística, entendida como fuera del tiempo, es ciertamente más común de lo que se dice o parece. De este reconocimiento nació en los años sesenta y setenta la psicología transpersonal, todavía perfectamente ausente de nuestras academias, que se ha acercado científicamente más que ninguna a la dilucidación de esta experiencia físico-psíquica extática –en realidad un amplísimo elenco de ellas– y común a la inspiración artística, científica, del político o incluso del humorista. Arthur Koestler escribió un audaz ensayo al respecto (El Acto Creativo).   Experiencia física, por supuesto: un olor que nos retrotrae al pasado, sí, pero con él a una eternidad redentora, que fue llevado a su completitud artística por Marcel Proust en su fabuloso En Busca del Tiempo Perdido. Psíquica también, pues la subjetividad se ve tan empapada por la sensación, que se ve colmada, absolutamente desbordada en realidad. Pero más ella que nunca.   Lo que queda siempre inexplicado –milagro inaudito al que se adherirán miríadas de interpretaciones– es el fenómeno como tal de lo Nuevo en cualquiera de los campos de la experiencia. Momento a la vez obvio y tan remoto de la lógica como el simple hecho de que estamos aquí. En el dominio político hay quien dice que lo hemos visto todo: lugar común de la apatía. Todo es cuestión de una especie de conformación racionalizante y estéril a coordenadas provistas de antemano. Vivimos en una democracia, es imperfecta, qué le vamos a hacer, déjala, que así es la rosa. ¿Pero es, en serio, esta zafiedad la rosa? No: es que quizá no hemos adivinado todavía la dimensión que ocupa el verdadero pensamiento democrático, mucho menos común de lo que se dice y parece, pero simultáneamente más cercano… a condición de que estemos dispuestos a cruzar el abismo entre nuestra situación real y el ideal presentado en aquel momento de feliz inspiración.   En temor y temblor, paso y paso, uno adelante. Pues lo Nuevo es peligroso. Pero sin peligro no hay libertad; en realidad, la vida es inconcebible sin riesgo, incluso entre quienes creen haberlo despejado para siempre en la forma de algún conveniente adoctrinamiento.

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