El papel desempeñado por la educación en todas las utopías políticas desde los tiempos antiguos muestra lo natural que parece el hecho de inaugurar mundos con los que por nacimiento y naturaleza también son nuevos. Los movimientos revolucionarios de corte tiránico siempre han creído que la producción de nuevas condiciones sociales ha de empezar con el adoctrinamiento de los niños, liberados de la influencia de unos padres con una mentalidad caduca.   Ese propósito, teñido de ideales rousseaunianos, en el que la educación se convierte en un instrumento de la política y ésta se concibe como una formación del espíritu o de la identidad, ha sido adoptado fervorosamente por la contrarrevolución nacionalista, que si de verdad quiere crear un nuevo orden a través de la inmersión lingüística y la fabulación histórica, debe llegar a la terrible conclusión platónica de que hay que arrojar a todas las personas viejas del Estado que se procure fundar, porque no hay que creer a Solón cuando dice que “un anciano puede aprender muchas cosas”; más fácil sería para él correr.   Ajenos a la continua, intensa y general (como el calor) represión nacionalista del uso de la lengua común en las aulas, los Reyes de España han inaugurado el año escolar en un instituto y en un colegio de Primaria de las Islas Baleares, en los que el español se ha eliminado como idioma “vehicular” de la enseñanza, conforme al modelo implantado en Cataluña desde hace 25 años. El daño cultural y la disminución de las posibilidades materiales que se perpetra contra esos niños y jóvenes se incluyen en las leyes de normalización lingüística. Sólo las familias que viven con desahogo pueden ahorrar a sus hijos la inmersión en la “autonomía cultural”, enviándolos a estudiar fuera.   Como en la utopía de Platón, el mayor bien de la República (catalana, vasca o la que se tercie), sería el que ligara todas sus partes, siendo la cosa más propia para formar esa unión, una comunidad de placeres y penas en la que todos se regocijasen con las mismas alegrías y se afligieran con las mismas desgracias; y donde además se obligara a reconocer que los dioses o los mitos del nacionalismo no son los autores de todas las cosas, como pertenecer al “Estado español”, sino solo de las buenas; y de éstas, la mejor: poseer una lengua particular.   Inicio del curso (foto: Mónica)

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