Michel Foucault (foto: Dona Horta) Primero mediante lo que denominó arqueología y después con su genealogía, Michel Foucault (1926-1984) procuró tomar una distancia de fuerte acento anti-subjetivista ante lo que consideraba concepciones plagadas de ideología, ya fuese fenomenológica, que enfatiza la pureza de un supuesto Yo transcendental; marxista (Merleau-Ponty, Sartre), con su anteposición de un ideal sacrosanto que todo lo distorsiona; o deconstruccionista, poco dada a observar la realidad y obcecada en el texto.   Su afán de objetividad, en una era que prefería colorear los datos históricos a su gusto, ha dado grandes frutos, y no sólo en los dominios abiertos por el propio Foucault (el manicomio, la prisión, la sexualidad). No obstante, es difícil escapar del aspecto emancipatorio de semejante tarea, allí donde uno se ve compelido a definir sus objetivos y a tomar posiciones. La ambigüedad de su postura, a caballo entre el más escrupuloso objetivismo y la motivación liberadora de ciertas formas decadentes de comportamiento social y político, marca casi toda su obra hasta el final, incluyendo sus originales análisis del biopoder.   Sólo hacia el final de su carrera reconoce la imposibilidad de mantener aquel estricto filtro del saber arqueológico, dando lugar a lo que llamó una analítica interpretativa. El adjetivo –interpretativo– aquí marca la transición hacia el reconocimiento, que no pudo desarrollar pues antes sobrevino su muerte, de que en toda comprensión de la realidad existe una interpretación, lo queramos o no hasta cierto punto subjetiva, que nos compromete también a nosotros. Pero ante todo predomina en Foucault el elemento intersubjetivo: es crucial comprender las condiciones histórico-económico-políticas de cada tiempo.   Con todo, la idea del biopoder en Foucault, que muchos críticos de la sociedad han utilizado más tarde (Negri), está cargada de una ambivalencia imposible en la medida en que se niega a reconocer un compromiso personal, o si se quiere eidético, con lo criticado. Ello produce un efecto extraño al leerle, como en su ocasional recurso a la ironía, o en súbitas, casi arbitrarias, tomas de partido que después no justifica. Fue Habermas quien señaló que a pesar de todos sus esfuerzos por evadir la “filosofía del sujeto”, a saber, el prejuicio subjetivista, el concepto del poder en Foucault tiene al menos un pie en este terreno.

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