Nietzsche (foto: Yelmoc) La indiferencia hacia los asuntos generales o complejos que se produce en las sociedades de consumo rápido, hace que sea todavía más quimérica una “democracia participativa” que surgiera de la igualdad social. Pero las masas sin libertad política, y por tanto ajenas a la realidad de una democracia representativa, pueden sustituir la participación en la política, el deporte o la riqueza, por la participación en el espectáculo de sus manifestaciones.   La introducción de las nuevas tecnologías en los hogares y en los trabajos incrementa la igualdad de circunstancias de tal modo, que hace posible participar en la información y el conocimiento. Pero esa oportunidad no podrá ser aprovechada o no dejará de ser una mera ilusión mientras sigamos sojuzgados por secretos estatales o razones del poder y por secretos profesionales o razones del saber.   Los gobernantes de los países más desarrollados y de los más emergentes discutirán en el conciliábulo del G-20 cómo afrontar la crisis provocada por los profesionales de la globalización financiera. España no asistirá, pero dada la brillantez de propuestas como la Alianza de Civilizaciones, la Casa Blanca está dispuesta a considerar las nuevas ocurrencias de Zapatero. Cuando se reprime la libertad de pensamiento y no hay libertad de expresión para las ideas de la sociedad civil, los mensajes de los centros de poder caen en cascada sobre la población, formándose la única corriente de opinión pública tolerada: la oficial.   Hoy, más que con la cultura, sentimos malestar respecto a una civilización de progreso técnico, donde aumenta la información y disminuye la captación de su sentido. Un tiempo de nihilismos en el que no son las acciones de la libertad colectiva las que predominan, sino las voluntades particulares de poder, como auguraba un Nietzsche que, sin embargo, quería sostener la dignidad de la vida humana frente a la impotencia del hombre moderno.   Incluso en las épocas de agostamiento cultural y petrificación política, permanece intacta la fuente de todas las cosas grandes y bellas, que no es más que la facultad de actuar libremente para configurar una realidad propia. Frente a la falsedad de lo establecido, quedaríamos irrevocablemente destinados a la ruina si no nos decidiéramos a intervenir y crear lo nuevo en lo común.

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