José Luis Rodríguez Zapatero (foto: guillaumepaumier) Abrazando(*), por tanto, una supuesta y no verificable Constitución material como fundamento y origen de un ordenamiento territorial tan confuso como el actual Estado de las Autonomías, al margen de la única Constitución conocida y positivamente determinada, el presidente traiciona el propio concepto de Constitución como fuente legitimadora de todo sistema jurídico, como prescribe la teoría constitucional clásica, y lo sujeta a una entelequia de múltiples e imprecisos significados, una pura confusión conceptual en funciones de legitimación de los designios del poder.   Echando mano de este invento que nadie ha sabido definir con precisión, tan oscuro como la “voluntad general” de Rosseau, ya puede el presidente edificar su defensa frente a cualquier cuestionamiento del actual Estado de las Autonomías, que ahora tiene una doble sanción: la Constitución material, cuyo contenido nadie conoce, y frente a la que estamos inermes porque ni la hemos inventado ni nos ha sido consultada, y la Constitución formal, la de 1978, cuya legitimación, en ausencia de un proceso constituyente, se limitó al consabido referéndum   Sería sin duda un ejercicio interesante remitir al presidente a las concepciones ideológicas que históricamente subyacen en la creencia en una Constitución material –o lo que viene siendo lo mismo, la creencia en una idiosincrasia nacional jamás concretada por su contenido pero sí por los servicios que presta- como muro de contención frente a las asechanzas del constitucionalismo liberal revolucionario, pero no conviene llevar la polémica al terreno de las ideologías, pues ahí los dilemas terminan por volverse irresolubles.   No obstante, las dudas que el actual modelo de organización territorial pueda suscitar entre el público se ven aun más enturbiadas por la seguridad con la que el presidente establece que “nuestro modelo autonómico es claro y tiende al asentamiento, a la consolidación, en lo jurídico e institucional, pero necesitamos aún una etapa de asentamiento en lo político, porque muchos de los conflictos se producen más por estrategias partidistas que por una cuestión de fondo”. No advierte el presidente que si los conflictos partidistas pueden una y otra vez alterar la estabilidad del sistema, ello es prueba bastante de la propia insuficiencia ante las cambiantes y oportunistas estrategias de los partidos.

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