La confianza entre los agentes de los actos económicos es un presupuesto, y no la causa, de las transacciones mercantiles. Éstas se realizan por un interés mutuo en el intercambio, dependiente del precio. Resulta por ello, peor que ridículo, dramático, el consenso de gobiernos, bancos centrales, medios de comunicación y expertos en economía, para definir la actual crisis financiera como una crisis de confianza. Es como si la causa de una enfermedad infecciosa estuviera en la fiebre. Se la puede mitigar con aspirina, pero ese benevolente remedio no cura la enfermedad. Y no todas las desconfianzas son tan contagiosas como el miedo. Si en su discurso al Congreso de 4 de marzo de 1933, Roosevelt dijo que “lo único a temer es el temor mismo”, es porque unos meses antes aclaró, en la radio, que “el hombre olvidado está en la base de la pirámide económica”.   Lo que generaliza el miedo es la desconfianza en sí mismos, y en el sistema, de los que están en la cúspide de esa pirámide. Los que no operan en las bolsas, ni en los depósitos bancarios, vivirán ajenos a la crisis, hasta que vean en peligro sus puestos de trabajo y sus fondos de pensiones. En ese momento, no culparán a un sistema de gobierno y de finanzas que no entienden, ni les preocupa, sino exclusivamente a la mala administración empresarial, atribuida por instinto, no por raciocinio, al avaricioso egoísmo de sus empleadores. Es en ese preciso momento, cuando éstos últimos tal vez lleguen a comprender, ese seria su principio de salvación, hasta dónde les conduce su pasividad ante la subordinación de la industria y el comercio al capital financiero, por haber dado apoyo a la partidocracia estatal, que sólo puede estar, funcionalmente, al servicio del capital dominante.   La desconfianza entre gobiernos, entre ellos y la banca, y entre banqueros, causa la mayor alarma. Al ciudadano medio no le aterra la crisis, sino la incompetencia de los Estados financieros para afrontar sus causas, y la desconfianza de la banca para abaratar el interés de sus créditos, cuando los bancos centrales bajan el interbancario. Ningún banco se fía del colega que le pide dinero a corto plazo, porque cree que tiene tantos activos dañados, o mas aún, que los suyos. La crisis financiera no es de confianza, sino de conciencia de la banca de su quebradiza situación, y de la insuficiencia de los medios del sistema para salvarla, sin nacionalizarla en parte o en todo. florilegio "En las crisis financieras graves, los banqueros transforman la desconfianza lúcida sobre lo que saben, y los demás saben, que no pueden controlar, en desconfianza instintiva sobre lo que antes creían controlar: los gobiernos."

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