No puede caber ninguna duda de que el partido socialista, autodenominado también obrero y español para engañar a la gente según su costumbre, es la esencia del sistema establecido por la Monarquía, que decidió ser socialdemócrata juzgando que era lo que más le convenía y potenció ese partido. Aunque a la verdad se parece muy poco a la socialdemocracia a la europea, a la que también engaña con lo de socialista. Es el partido del engaño con el que la Monarquía disimula sus fines propios: consolidarse a costa de lo que sea.   El rival de las Monarquías desde la revolución francesa es la Nación. Con el auge del estado democrático de la sociedad, impulsado por la revolución económica (agraria e industrial), se consolidó la idea de la democracia como forma del gobierno. El tiempo de los reyes había pasado, pues la realeza implica la titularidad de la soberanía.   No obstante, aquellas Monarquías que, ante la alternativa soberanía monárquica o soberanía de la Nación decidieron pactar con la Nación como adversario para conservarse, en lugar de enfrentarse a ella como enemiga, se convirtieron en Monarquías Constitucionales o Parlamentarias. Con el adversario se pacta, al enemigo hay que vencerlo. Y esas Monarquías mantuvieron su posición familiar privilegiada en medio del estado democrático de la sociedad, a cambio de abdicar de la realeza. Ya no hay reyes, lamentaba Donoso Cortés a la vista del espectáculo que daban las Monarquías. Por eso pedía la Dictadura ya que el auténtico mando político es siempre personal. Sin duda, no comprendió –en aquellos tiempos en que Norteamérica quedaba muy lejos no se veía así- que el Presidencialismo republicano es una forma monárquica de gobierno.   Considerando objetivamente la película de los hechos, la Monarquía instaurada por Franco –sin la exclusiva voluntad del dictador no habría Monarquía en España, lo que se trata de disimular practicando una peligrosa damnatio memoriae- a juzgar por la trayectoria seguida durante más de treinta años, habría preferido considerar la Nación como enemigo, no como adversario. Para eso, contó con el sedicente socialismo, enemigo también de las naciones en tanto internacionalista, y en la Constitución consagró la alianza con los separatistas nacionalistas, enemigos de la Nación española, tanto en su sentido político como en el histórico, suscitando las Autonomías-Estadículos.   Debilitado a lo largo de esos años el legítimo sentimiento de formar parte de una sola Nación, el efebocrático partido socialista se dispone, a dar los pasos definitivos para la disolución de la Nación española. Por eso acentúa el ataque a la religión católica, que guste o no, se sea creyente o no creyente, es un elemento fundamental de la Nación. Se satisfarían así el deseo de la Monarquía de ser plenamente soberana a falta de otro soberano y el principio socialista de disolución de las naciones y mandar eternamente.

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