Durante el curso de muchos siglos de su historia, el pueblo chino se ha caracterizado por una insólita combinación de literatura sapiencial y realismo político. El confucianismo, sin ir más lejos, que ha dejado una huella indeleble en su pensamiento y sociedad, hunde sus raíces, sin perder de vista el orden cósmico natural, en el arte de gobernar bajo elevados presupuestos morales, que quieren expandirse a todos los órdenes sociales, desde la familia al Estado. Allende los componentes mágicos de los que surgió y que continuaron adhiriéndose con el tiempo, el taoísmo pretendió sacudir la creciente burocratización del confucianismo sin perder un ápice de la astucia, inteligencia, compasión y serenidad que el mejor espíritu chino ha abordado tanto en relación con el cuidado de sí (Foucault) como en el dominio político.   Algunos autores han querido ver en cierto período histórico de la China una concepción democrática bastante acabada. En ello no entraremos por carecer de datos, así como de lo que éstos entendían por democracia. En todo caso, hojeando el Libro del Tao –un compendio de textos breves compuestos entre los siglos V y III a. C. atribuídos a un personaje legendario llamado Lao-Tsé– encontramos rastros de una aproximación política que se constituye desde abajo. Aunque dominada por una concepción espiritual centrada en la figura del Sabio, saboreamos aquí el néctar de la libertad política en pasajes como los siguientes: “El sabio dice: si no hacemos nada, el pueblo evoluciona por sí solo; si amamos la quietud, el pueblo encuentra por sí solo el recto camino; si no emprendemos nada, el pueblo se enriquece por sí solo” (cap. LVII). Y: “Quien gobierna con quietud y discreción, tiene súbditos leales y honrados” (cap. LVIII).   Naturalmente no leemos aquí la idea de la división de poderes y de la representación. Pero sí de hasta qué punto el comportamiento de los que gobiernan se ve inmediatamente reflejado en la sociedad (gobierno corrupto=sociedad desdichada), y de cuánto se gana cuando es el pueblo el que toma la iniciativa, allí donde el gobernante no impone su personal criterio sino que deja que sea la sociedad –mediante un mecanismo acaso aún por descubrir– la que decida.   Lao Tsé

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