Congreso del PSOE (foto: Pablo Garp) No es fácil tragarse la náusea que supone escuchar una y otra vez las consignas destinadas a mantener al gentío dentro del buen camino sin necesidad de ingratas órdenes. Tampoco la que produce observar con cuánta sencillez obedece, como si no fuera con él, el vanidoso y modernísimo siervo europeo, mientras responde con una marejadilla de aspavientos teatrales a las afrentas que cualquier tradición religiosa, pequeñez legal o reprimenda privada le suponen. La socialdemocracia convertida en la callada satisfecha de los hombres de buena voluntad: trigésimo séptimo congreso del PSOE.   La falta de conciencia de sí que sufren las masas no puede ser compensada por la inteligencia individual o el reconocimiento cultural de ese hecho; la muchedumbre está indisociablemente unida a la servidumbre política y sólo la confianza en uno mismo aplicada a ese campo, es decir, la digna ciudadanía, permite arrostrar el constante ninguneo al que nos somete la corrupta política española. Diríase que aunque el poder constituya un asunto estrictamente público, sus consecuencias se mueven siempre en un gradiente a favor –en este caso, flaco favor- del individuo: el dolor íntegro de esa penosa obediencia universal es enjugado por cada una de sus partículas, no sólo en forma de alienación social, sino de desarraigo de uno mismo, de pérdida paulatina de esa pujanza encontrada en la Naturaleza y mantenida en la mirada de todo lo humano. Ni siquiera aquellos que han descubierto las trazas de la libertad están a salvo de las cadenas que oprimen a todos; el médico que conoce la enfermedad que lo mata no huele mejor cuando se pudre.   No sólo el gregarismo biológico, potentísimo, y la tradición servil, que ha extendido a lo público el buen resultado que la autoridad privada ha dado en nuestra cultura, contribuyen a mantener al individuo entregado a la servidumbre. Los propios valores morales que forman parte esencial de su mente han sido aprehendidos en la marea de esclavitud pública que lo envuelve.   Cualquier ideal que se transforma en deber deja de ser útil al individuo, por muy necesario y enriquecedor que sea para la sociedad. Cualquier sociedad que hace suyo el deber de obediencia, cuyo reino es la masa, deja de ser matriz de ciudadanía.

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