Si las cosas del mundo son gobernadas por la fortuna o por Dios, los hombres no podrían corregirlas ni remediarlas, porque en tal caso, la libertad sería nula y la única actitud posible consistiría en “dejarse gobernar por la suerte”. La selección nacional de fútbol ha conquistado la Eurocopa merced a su habilidosa compenetración. No obstante, Zapatero ha respirado aliviado, al disiparse las sospechas sobre su negativa influencia o “gafe” en la final, que la grosería periodística había propalado. El presidente ha confirmado, solemnemente, que él siempre ha tenido mucha suerte.   La fortuna demuestra toda su potencia donde no existe “ordenada virtud” que la resista y dirige su ímpetu hacia donde no hay obstáculos ni diques que la contengan. A los idólatras del statu quo y a los especialistas en la componenda y la transacción, les resulta inconcebible que el régimen donde medran sea destruido por el azar; sin embargo, lo que tiene cimientos de barro, no resiste los embates de una suerte adversa.   La ocultación o falsificación del inequívoco sentido de la democracia, tiene por objeto mantener alejadas del poder político, predio de las oligarquías, a las masas, anestesiándolas con placebos democráticos. En confusión inextricable, menudean las farsas parlamentarias, los saqueos legales de los Estados, las listas electivas de siervos de las disciplinas partidistas, las impunidades judiciales de los poderosos, los aherrojamientos económicos de la política, la marginación de la inteligencia crítica que se disimula con una libertad de expresión de las mismas necedades o de las ideas bienquistas por el régimen.   Si optamos por la democracia, no podemos elegir entre separación o unidad de poderes; entre representación política de los ciudadanos a través de circunscripciones uninominales o de los partidos con sus listas; entre elección directa del gobernante o su designación a través de fieles parlamentarios; entre pluralidad informativa o constrictivo oligopolio de los medios de comunicación; entre el respeto a las minorías y a la disensión indagadora o imantación reductora del consenso.   Hemos de rechazar cualquier doctrina o principio que concluya con el “dejarse llevar” o abandonarse al curso de los acontecimientos. No hay que desesperar nunca. El resultado de la acción democrática nos trasciende, y puede conducirnos, por caminos difíciles, a la victoria de la empresa que tanto amamos.   Tornado (foto: malden. Dj)

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