Herbert Marcuse Herbert Marcuse quiso dar con las razones por las que tantos prefieren diluir su responsabilidad política en un servil anonimato que no sirve a nadie.   Si el psicoanálisis y el marxismo alumbraron hasta cierto punto la metafísica de la libertad, nuestro bagaje teórico tiene que ponerse todavía más al día si queremos comprender y hacer frente a los retos presentes. Ni el uno por psicologista ni el otro por economista han dado una respuesta suficientemente comprehensiva. La lucha humanitaria heredera del psicoanálisis y del marxismo tiende por un lado a dispersarse, abordando allí, hacia los márgenes de un mundo funcionalizado que exige respuestas cada vez más concretas, pero, por el otro, necesita todavía de una mayor clarificación de los sistemas de poder como tales.   Lo que falta en tantas corrientes de emancipación del siglo pasado, por muy sorprendente que parezca a estas alturas, es la dimensión política. Ni Marx ni Freud ni la escuela de Frankfurt vieron en la ausencia de una forma controlada de gobierno un eje a partir del cual explicar la ausencia de libertad. Y, en cambio, partiendo de aquí, se acomodan fácilmente procesos de desintegración como los descritos por Marx (enajenación en el trabajo) o Marcuse (los mass-media, etc.). Cuando como ciudadano ni soy representado, ni tengo voz en los asuntos públicos, ni puedo expulsar a los que gobiernan con negligencia, ni percibo que exista una forma equilibrada de poder –mediante su división– que evite la injusticia en la mayor medida posible, sólo tengo dos alternativas: luchar para que vire la situación, lo cual requiere consciencia, o hundirme en una variedad virtualmente infinita de inconsciencias.   La libertad política no es la cuestión, pero sí constituye un centro neurálgico a partir del cual edificar otras transformaciones. Si el tercio laocrático, como denomina García-Trevijano al segmento de la sociedad más interesado en cambiar las instituciones políticas, consigue fundar una verdadera democracia, la enajenación mental y económica serán entonces más susceptibles de ser explicadas y transformadas desde sí mismas, sin necesidad de acudir a providenciales espectros salvadores como el del Manifiesto Comunista, la mano invisible, u otros fantasmas que denuncian causas menos determinantes del servilismo.

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