El pequeño pueblo irlandés -que con la emigración de la pobreza impuso al mundo anglosajón el reconocimiento de su espíritu insobornable- puede decidir con su reciente riqueza el porvenir inmediato de la Unión Europea. Pese a que ningún país ha recibido una proporción semejante de los fondos comunitarios (con el 10 % de la población española ha ingresado más de la mitad que España), y a que ocupa el primer lugar en la inversión directa de capital europeo, lo que coloca a Irlanda en el  segundo  lugar en la renta per capita de los 27 miembros de la UE, la posibilidad del NO en el referendo del 12 de junio, ha vuelto a planear sobre las cancillerías de  Europa.     Tres factores operaban contra la aprobación popular del Tratado. La reducción de la PAC, retrasada maquiavélicamente hasta que se celebrara este referendo, unió a los agricultores contra Bruselas. La proyectada equiparación comunitaria de los impuestos sobre beneficios empresariales –en Irlanda son la mitad que la media europea- formó un frente común de empleadores y empleados. Y la complejidad técnica del Tratado convirtió a los euroescépticos de antaño en euroignorantes actuales. Solo la Irlanda oficial y la propaganda estaban por el SI en el referéndum.          Irlanda está vinculada desde la alta edad media a la primera idea política de Europa. Fueron los monasterios irlandeses quienes impusieron su modelo de enseñanza en  Escocia y norte de Inglaterra, educando en la cultura humanista de  Boecio y San Isidoro de Sevilla al “maître à penser” de la incipiente civilización occidental, al preceptor de Carlomagno y de sus hijos, el monje Alcuino. En los entretenimientos literarios de la Corte de Aquisgrán, Carlomagno se hacía llamar David, Alcuino era Horacio y Angilberto encarnaba a Homero. La escuela de Palacio dramatizaba de este modo el ideal de la síntesis cristiana de las culturas hebraica, griega y romana. Y la Irlanda profunda, desbordando el cuadro imperial, agregó una visión cercana a la expresada dos siglos antes por los monjes celtas que preservaron y trasmitieron la literatura pagana. El novelista de “Gentes de Dublín”, James Joyce, retornó a esas fuentes del humanismo monacal irlandés para llamar Ulises a una de las obras más simbolistas de la literatura moderna, donde hace protagonista al propio  lenguaje, bajo la mirada, ya renacentista, de las Etimologías de Isidoro. florilegio "Las ambiciones egoístas de los agentes económicos son inseparables de un cierto modo de pensar ideológico, bajo el que se cobijan y justifican. Si se prescinde de la libertad política, economía y politica vienen a ser lo mismo."

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