A la crisis del régimen iniciada en el Partido Popular se une la nueva crisis provocada por la situación económica. Esta última es en realidad anterior, puesto que ya se pronosticaba antes de las elecciones. El partido socialista la ocultó con su propaganda –es lo único que hace bien- y consiguió que una gran mayoría de previsibles víctimas de la misma votase a un partido incompetente para afrontarla. El gobierno de gentes absurdas con el Sr. Rodríguez Zapatero al frente, acrecienta la preocupación ante el futuro. Pues, añade gravedad al asunto que no se puede resolver sino sólo paliar, ya que las causas de su origen –el petróleo, las finanzas internacionales, etc.- se escapan a su control, aunque en buena medida el propio desgobierno socialista ha hecho lo posible durante cuatro años para que en España sea mucho más grave.   Empleando el sentido común, la crisis podría empezar a afrontarse desmantelando la trama de intereses creados durante la transición empezando por los de las oligarquías de las irracionales autonomías, el control del derroche de recursos públicos para financiar a los partidos políticos y los sindicatos (estos, mudos, empiezan a ser desbordados por movimientos sociales) así como a sus clientelas mediante concesiones, subvenciones, etc., la renuncia de la clase dirigente, en primer lugar de los parlamentarios, a sus privilegios, etc. Y rebajando los impuestos, por ejemplo los que gravan el petróleo a la vez que se autoriza la producción de energía nuclear como están empezando a hacer todos los Estados (aunque esto sólo tendría efectos beneficiosos a medio plazo, salvo en lo que concierne a crear puesto de trabajo), y dejando a agricultores, empresarios, y en general a las gentes que producen algo con  su propio trabajo, que se dediquen seriamente a lo suyo sin la coerción del enjambre de infinitas regulaciones fiscales, pseudoecológicas, pseudosanitarias, etc., en fin pseudoprotectoras, que tienen más de ideológicas y de control de la sociedad que de exigencias políticas.   En el fondo, todo indica la crisis del Estado de Bienestar instaurado por los conservadores, dóciles a la presión de la socialdemocracia, tras la segunda guerra mundial. Un Estado burocrático que, sólo en administrar directamente lo que podría hacer mejor la llamada sociedad civil, sería preferible decir el pueblo, si actuase por sí misma, despilfarra inmensos recursos. Con todo, devolver la libertad política monopolizada por el Estado sería el mejor remedio y, a la larga, la solución. Pero esto es una utopía. La socialdemocracia –que incluye tanto a la derecha como a la izquierda-, que explota a las sociedades mediante el Estado de Partidos, y en la que creen a pié juntillas los supuestos ciudadanos, no se dejará desbancar fácilmente. Pueden venir días muy duros, y España no tiene más defensa que el desgobierno del consenso, formado por una clase política corrupta ajena a los intereses nacionales, con los que trafica en su provecho todos los días. La utopía consiste hoy en reivindicar la libertad política.

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