Si la sociedad civil española fuera prostituta -etimológicamente que está antes, en el plástico sentido de la que está enfrente-, su relación con el partido que gobierna encaramado al Estado mantendría la digna apariencia de todas las transacciones comerciales. Pero, desgraciadamente, no es así. Los partidos gobiernan sin control y no ofrecen tratos, sólo hacen caprichosas concesiones. Y cuando no hace falta pactar, establecer nuevas condiciones, basta con preservar lo ya existente. Esa función la cumple, en términos políticos tanto como al hablar de economía o ecología, la caridad.   Pero siendo que al pueblo español, de reconocida dignidad política, no le gusta vivir de limosnas, ha tirado de su tradición para resucitar el concepto de caridad cristiana, expresión de amor. Claro está que no de un amor filantrópico, es decir, no amor que nace en un ser humano y llega a otro, sino amor a través de Dios, reflejado. De similar manera, los ciudadanos españoles reconocen a sus iguales a través del Estado y quizá eso explique la fiebre funcionarial y subvencionista con más acierto que el tópico apego a la seguridad. Sin embargo, la partidocracia es más inestable de lo que cabría suponer, tratándose de un régimen resultado de un golpe de Estado cuyos protagonistas y herederos han conseguido hacer pasar por conquista de la libertad y cuyos súbditos obedecen sin tino. El Estado no tiene potestad ni derecho para ser caritativo y tarde o temprano su cara represora pondrá de manifiesto esa realidad opuesta.   Don Pedro Solbes, limosnero del reino (foto: jmlage) Cuando el caudillo del PSOE ofrece cuatrocientos euros por barba si accede a la Presidencia y don Pedro Solbes matiza; cuando el jefe del PP recuerda que no habrá recorte de las pensiones; cuando ambos ceden competencias estatales a los señores de la política, no están intercambiando, sino regalando con egoísmo altruista. Y, evidentemente, una sociedad sometida al capricho de unos cuantos, es discriminada y discriminadora. Hace pocos días, una reunión de sabios nobelescos celebrada en Dinamarca, escribía el guión del reality-show que será durante algunas décadas la política del protoestado europeo: ¿Qué harías con 75.000 millones y cuatro años para gastarlos? (El País) La sesuda conclusión de este templo de conocimiento será legendaria: dar de comer a los hambrientos. Señor, protégenos.

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