El Sr. Garzón (foto: Univ. Internacional) En la presentación del libro de Baltasar Garzón “La línea del horizonte” se emitió un continuo ronroneo de respeto y lucha por el Estado de Derecho, que no deja de ser el pleonasmo más utilizado por los amigos de las expresiones hueras y rutilantes. Este concepto propio de legistas, políticos, y vividores de las formas y apariencias legales de la partidocracia, fue también asumido y desarrollado por los “juristas” del nazismo, puesto que ningún régimen político puede sustentarse únicamente en la desnuda brutalidad o en puras formas jurídicas. Todo Estado es de Derecho. ¿O acaso el Derecho es un ideal platónico que no se contamina ni en los ambientes estatales más infectos?   Si las enfáticas declaraciones de inquebrantable fe en el Estado de Derecho, corresponden a un Estado maleado por una rapaz oligarquía, y a un Derecho que ampara o no castiga las arbitrariedades y crímenes que se perpetran en nombre de tal Estado, entonces, todo adquiere una esplendorosa claridad. Sin embargo el legislator e imperator Rodríguez Zapatero afirmó delante de Garzón, que “el sistema judicial español es uno de los más eficaces del mundo contra el terrorismo”.   El apego al formalismo de los idólatras del Estado de partidos sólo produce leguleyos que enarbolan la bandera de la Justicia en la superficie civil; porque las galerías subterráneas son el ámbito donde los dirigentes estatales reafirman el suelo que pisan los ciudadanos, enfangándose en las cloacas y combatiendo a los más encarnizados enemigos de la nación con la fuerza incontestable de las leyes ad hoc.   La frase de Zapatero sobre Garzón, “es un jurista de los Derechos Humanos”, guarda relación con la de aquel representante parlamentario del Ancien Régime sobre Luis XVI: sin éste nunca se habría llegado a la Revolución, y por tanto, a él hay que agradecerle la proclamación de los derechos del hombre. El Presidente también asegura que “Guantánamo no debería existir” y que EEUU rectificará porque “ese país es una democracia y dentro de poco hay elecciones”.   Precisamente, dos de los fundadores de esa moderna democracia, Madison y Jefferson, denominaron “despotismo electivo” a un régimen con elecciones periódicas pero sin división ni contrapeso de poderes, tal como el español.

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