La derecha dividida (foto: Heart Industry)    El señor Elorriaga Pisarik, máximo responsable de la última campaña electoral de don Mariano Rajoy, da el paseíllo a su jefe en un artículo publicado en El Mundo. Es necesario recordar que durante aquellos días de unidad y rosas, unas declaraciones del señor Elorriaga al Financial Times, ocasionaron un daño considerable a la candidatura que tutelaba. Ahora salta del barco que se hunde sin remedio, por mucho que los calafateadores de PRISA se hayan puesto manos a la obra; resultó tragicómica la apología de Fraga que realizó don Enrique Sopena en televisión cuando recordó emocionado que fue el presidente honorífico del PP y padrino de la facción Gallardón-Rajoy, quien presentó en sociedad a Carrillo.   No es hora de ahondar en los tópicos que expresa el texto citado, pero es inevitable reparar en una de las frases, de almanaque, que incluye. "El presidencialismo es lo contrario del liderazgo, como la imposición es lo contrario de la seducción". Si don Gabriel supiera de lo que habla, habría escrito que el liderazgo es al presidencialismo lo que la violación a la seducción, de la misma forma que la puñalada mediática es a la democracia interna lo que la caridad de los banqueros a la justicia social.   Si la facción pedrojotiana triunfara frente a la prisesca, ¿qué cambiaría? ¿Dejaría de ser estatal un partido dirigido por tan ortodoxos liberales?, ¿disfrutaríamos desde ese momento de la posibilidad de elegir directamente a nuestros representantes?, ¿renunciaría el Partido Popular a participar en el oligopolio del poder político que comparte con el PSOE, los comunistas y los nacionalistas?   Cuando, recién comenzada la segunda guerra mundial, don Bertrando Russell fue preguntado por su abandono de la postura antibelicista que propugnó durante la primera, respondió que en un mundo donde hubiera triunfado el fascismo no merecería la pena vivir. Al señor Elorriaga le merece la pena permanecer en un partido unido, integrador lo llaman, con jefatura fuerte. Pero a los españoles no puede merecerles la pena asistir a las luchas canallescas de los partidos como los griegos asistieron a las cuitas olímpicas. No merece la pena incluirse, ni siquiera como embobados espectadores, en la política oficial de un mundo donde ha triunfado la ciudadanía entendida como servidumbre. Es hora de luchar contra esta situación.

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