No  es  lo  mismo  “simular”  que “disimular”. Los políticos se desentienden del significado de los conceptos elementales de lo político (Estado) y de la política  (representación, discurso público, fiscalización y vigilancia del Gobierno, puesta en práctica de lo programado,  etc…)  para  intentar conseguir sus únicos objetivos de poder incontrolado. “Salvo el poder todo es ilusión”  es lo que constituye el código genético de todo “meme” político partidocrático.   Señores Zapatero e Ibarretxe (foto: Martín Bilbao) De esta manera, el parlamento vasco – institución política del estado español, hoy por hoy-  tiene la facultad de aprobar resoluciones autoflagelantes sobre torturas; y, poco después, el Lehendakari puede declarar – ¡sin querer ¡-  la independencia de Euskadi al decir en la  Moncloa:  “No somos una parte subordinada de España. No lo somos”. Sólo esperan el momento oportuno para autodeterminarse y gozar de “su”  libertad  obedeciendo a los jefes de la comunidad propia.   El político vasco-español encubre así, con astucia, su intención de conseguir más prebendas del estado centralista de Madrid que, a su vez, oculta el miedo a una falta de colaboración de los  políticos nacionalistas “que no se sienten españoles” ni “cómodos” en España. Mientras tanto el partido de la oposición tolera  y disculpa el desorden institucional  ignorándolo o no dándole importancia (bastante tienen con sus trifulcas internas).   El conjunto -el todo que incluye la parte- de las instituciones políticas postfranquistas “representan” una libertad política y una democracia que no son tales. Tienen, por tanto, que fingir lo que no son. Su  torpe imitación de las reglas democráticas de EEUU, Francia o Gran Bretaña  no logra el aplauso general, pero sí la condescendencia y sumisión suficientes.   Mientras se simula un marco político inexistente de instituciones democráticas, los políticos de partido han de disimular constantemente ante los medios de comunicación y ante la ciudadanía. Es  el  actual lenguaje demagógico sin el que la Monarquía de partidos sería inexpresable. La racionalidad estratégica  de los  políticos españoles se minimiza en dos acciones interpretativas: simular y  disimular. El régimen simula, los políticos disimulan. El gran simulacro del régimen del Estado de partidos  es la forma general que requiere  la iterativa materia representativa   -teatral-  de las  disimulaciones de los actores políticos.

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