El sociólogo Meisel elaboró una tipología común de la clase política en la que ésta es definida por los siguientes rasgos: Conciencia de clase, es decir, conciencia de pertenecer a un grupo con intereses comunes que deben ser protegidos; coherencia de propósitos o fines comunes que rebasan las eventuales divergencias ideológicas entre sus miembros; y tendencias conspiradoras, entendiendo por tales, las oscuras transacciones del consenso, que cercenan el debate público y lo sacrifican en el altar de los designios del poder político, ante los que cualquier disentimiento se percibe como ataque frente al que conviene inmunizarse.   Podemos glosar a Meisel añadiendo una característica: la irrefrenable tendencia a la adopción de tópicos y clichés que, como un sistema de signos compartidos, forman un cascarón retórico que termina por vaciar de contenido cualquier discurso, o igualarlos en mediocridad. Esos lugares comunes constituyen una manifestación más del tan alabado “consenso” en virtud del cual se produce la estigmatización de toda discrepancia. De este tenor es el viejo tópico, rescatado ahora por el Presidente del Gobierno, de la “victoria de la democracia sobre el terrorismo”. Si reparamos en que esta misma vacuidad ha sido y será repetida, alguna grave anomalía afecta a este reiterativo discurso.   Esa anomalía consiste en la sustitución de algo tan inmediatamente exigible, concreto y perceptible como es “la defensa de la vida de los súbditos o ciudadanos” por una abstracción de la que no cabe pedir cuentas más que en un futuro que, como tal, siempre está por llegar: “la democracia vencerá”. Y esta indignidad es tan consistente como el famoso “La Historia me absolverá” tan caro a los dictadores. Semejante obscenidad, sólo entendible dentro de ese sistema de guiños y clichés compartidos, es un preocupante síntoma de afasia, de logomaquia, de manipulación de los sentimientos de una ciudadanía cuya vida el Estado está obligado a proteger. Y en cuyo cometido el Estado ha fracasado ya demasiadas veces. Pero ésta es la indecente función de los lemas y lugares comunes impuestos por el consenso de la clase política y de unos medios de comunicación que aquí, como en otros terrenos menos traumáticos, se comportan siempre como propagandistas de un único y mismo Régimen.   Manifestación antiterrorista frente al Congreso (foto: magosta)

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