Julio Feo, ex secretario general de Presidencia entre 1982 y 1987, ha confirmado en su libro de memorias que Felipe González autorizó y consintió el pago de sobresueldos a altos cargos con fondos reservados. Mirando hacia atrás con indignación,  se puede ver que los socialistas ya habían demostrado a las claras su maleabilidad y sintonía con los centros de poder internacional. Hicieron lo que se esperaba de ellos: connivencia con los hombres de la dictadura para negociar una constitución a medida de los intereses de las camarillas políticas.   A modo de ganzúa, el posibilismo forzaría las puertas del Estado. El aldabonazo del 23-F indujo en la mayoría de los votantes la búsqueda de la seguridad de no ser alarmados de nuevo: y ahí, en el momento y lugar oportunos, sobresalía un partido apto para satisfacer ese anhelo colectivo. La voladura de la UCD ensanchaba la vereda por la que se quería meter a la nación.   Felipe González (foto: Carme Sánchez Martín) Un partido centenario, aparentemente pulcro, o para ser más preciso, un líder político deificado y su grupo de gentileshombres, son facultados en las urnas para agotar las posibilidades de unas estructuras institucionales que conciben un poder incontrolado e incontrolable. El Estado, en manos de gentes tan ávidas de sus recursos, se convertirá en una fuente de rápido e ilícito enriquecimiento.   Se consuma, así, el holocausto de la razón política. Una izquierda de cartón piedra pone fin a las instintivas reticencias, a las naturales aversiones, que un régimen de tan monstruosa ascendencia, seguía provocando. La victoria del cambio de personas es tan arrolladora que fuerza a fijar la vista en el porvenir, y a olvidar la pesadumbre pasada, como si cada etapa fuese un compartimento estanco.   El estupor por lo que acaeció más tarde, puede ser tachado con benevolencia, de ridícula hipocresía, cuando la mera observación de la arboladura institucional de nuestra “inmadura democracia” persuadiría, sin ningún género de dudas, de su innata propensión a la decrepitud y a la corrupción. El ex jefe de las filas seudosocialistas evidenció la peligrosidad de unas reglas políticas que permiten una cómoda estadía en el Poder, a hombres protervos y necios hasta el delirio.

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