Doña M.T. Fernández de la Vega (foto: En la parada) De la Vega ha anunciado la reforma constitucional para la presente legislatura. Hacer del Senado una Cámara territorial, incorporar la denominación de las comunidades autónomas y el concepto de Unión Europea  al texto otorgado  de 1978, y garantizar la igualdad de género en el acceso a la Jefatura del Estado. El gran filósofo de la hermenéutica, Gadamer,  era muy consciente de la fusión de horizontes interpretativos a la hora de comprender un texto, pero la Vicepresidenta  de la nación de naciones va más allá: ¡lo dice de memoria!   Al igual que la carta otorgada de 1978 no es una verdadera constitución democrática que separe efectivamente los poderes legislativo, judicial y ejecutivo ni suponga una representación del electorado en las Cortes Generales, así las supuestas reformas anunciadas no son verdaderas reformas. Son insistencias en  el nihilismo político. Son peticiones del principio antidemocrático. No se le puede pedir que se libere de tal prejuicio porque es el que constituye su ser. No han conocido otro lenguaje “democrático” los políticos españoles.   ¿Por qué limitarse al respeto no retroactivo de la igualdad de género en el acceso a la Jefatura del Estado? ¿Por qué no ampliarlo a cualquier ciudadano independientemente de su género? ¿Por qué no incluir igualmente el concepto de Unión hispanoamericana ? Son preguntas, no tradicionales, que escapan al círculo hermenéutico de la señora Vicepresidenta.   El Poder del Estado de Partidos (PEP) se expresa con semántica rusa: el verbo “decir” sepulta su prístino significado para englobar lo que denominamos como “callar”, “mentir”, “engañar”, “proferir una interjección”, y otros entramados léxicos. En el camino de la libertad política sólo se abren dos vías, como en el poema de Parménides, la que baja del Poder y la que germina de la sociedad civil. La primera senda se revela sin salida. El discurso del PEP hechiza al siervo voluntario incapaz de una terapia comunitaria quizás por tener bastante con la agotadora vida cotidiana, vacía de ideales colectivos.   La verdad de la libertad política impide el adoctrinamiento, la apatía y el cinismo “generalísimo”. El impulso infinito de libertad de todos, relampaguea en los ojos de todos los justos. Y la compresión de que el régimen político actual no es democrático nos hace hombres libres.

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