Antes de las elecciones del 9 de marzo, bastantes adversarios del partido socialista deseaban que las ganase el Sr. Rodríguez Zapatero con la esperaza de que en otros cuatro años de gobierno de ese partido se precipitase la crisis del régimen, en realidad una situación política. Ganó efectivamente el partido socialista, se hundió el partido comunista (Izquierda Unida) y se demostró que los nacionalismos, que también han resultado vapuleados, son menos fuertes de lo que parecen. Pero también ha comenzado la crisis del sistema. Esta crisis sería la crisis del consenso, cuya clave es la Monarquía.   El desmoronamiento parece haber comenzado. En el partido popular ha comenzado una lucha interna en torno a su porvenir, que puede degenerar fácilmente en su división o en una significativa dispersión. Sea lo que resulte de ello, por lo menos ha alertado a la adocenada ciudadanía, por llamarla de algún modo, sobre la inutilidad, para decirlo piadosamente, de ese partido antipolítico, acomodado burocráticamente en el consenso.   En frente, el partido socialista mira con alborozo la disputa y los medios de comunicación adictos, la inmensa mayoría, han tomado posiciones a favor del Sr. Rajoy, convencidos de que así se eternizará el reinado del partido socialista. El Sr. Rajoy ya ha dicho que los liberales y conservadores adictos a ese partido pueden irse, si no están conformes. Esto les llenará seguramente de alborozo.   Efectivamente, es probable que los “liberales” (¿cuántos liberales sin comillas hay en la España de don Juan Carlos? ¿Serán por lo menos tantos como los de la Constitución de Cádiz, que eran más bien pocos?) y “conservadores”  con influencia en ese partido sean escasos; pero no parece disparatado afirmar que entre los votantes son sin duda la mayoría. Despertados los votantes de su "sueño dogmático", bastantes de ellos, con independencia de lo que resulte, que no tiene visos de reconfortarles en ningún caso, seguramente optarán por pasarse también a la abstención. Y hasta cabe que eso abra los ojos a votantes de los demás partidos.   Pase lo que pase, el desfondamiento del partido popular es un hecho. Y esto afecta al consenso. El presupuesto del Estado de Partidos es la existencia formal de una derecha y una izquierda, y el consenso necesita un partido suficientemente fuerte que haga el papel de la derecha para mantener la ficción. El partido popular lo ha desempeñado bastante bien hasta ahora, pero si se quiebra o pierde el hechizo o la esperanza  que atrae a sus votantes, nadie le sustituirá. Y el partido socialista quedaría como una especie de partido único, con lo que la tendencia totalitaria del sistema quedaría al descubierto. Pues, en realidad, el consenso es el artilugio de la democracia totalitaria, para simular que no lo es.

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