(foto: dafnu) Hijos de la libertad Para persuadir locomotoras y descalzar amaneceres. Saludar el canto del mirlo prendido de aulagas, el alma caldeada a fuerza de aguaceros, frases favorables y fecundas aldeas. Para olfatear el humus de las buenas palabras con el afán aspirador de un vórtice de semillas. Rescatar abrazos sumergidos de lluvia y de madréporas, catasterismos ancorados al firmamento submarino que habrán de ascender como dirigibles, hacia el oxígeno atmosférico de la libertad.   Alentar la pureza como si fuera ojos que buscan otros ojos habitados. Vivificar el pensamiento con un fuelle discretísimo de verdad, insuflador de alas, proverbios solidarios, lágrimas portuarias, porvenires ciertos. Desabrochar la indefensión con la presencia de aciertos posibles, con el pulso de manos liberadas. Auxiliar la valentía y también la poesía. Para ensombrecer la servidumbre, la transitoriedad, las predicciones, las garantías, el amor cotejado; para rehuir el asilo tentador de la analgesia social, la salvaguardia de acentos y atolones seguros. Para repudiar homenajes, juramentos y  cálculos,  desmembrar encantamientos, verdugos que transgreden -con un leve sudor, una tierna hipocondría, un fácil conjuro- nuestros cuerpos germinados de franqueza.   Para arrojar sombras, ídolos y vértigos por los acantilados, derruir espigones como si nuestro empuje de libertad fuera oleaje. Ahuyentar simulacros de incendios, salvamentos ensayados, sirenas enojadas. Suscribir los principios elementales de la verdad y la lealtad cual ramajes estrechando nuestras sienes, inoculando savia elaborada en nuestras venas, transfundiendo concordia, alianzas pronunciando ecos de hijos de la libertad.

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