Congreso de los diputados (foto: rahego) Del pragmatismo anglosajón no hubiera podido manar la turbia corriente en la que sobrenadan los políticos españoles. Éstos han sido capaces de idear y organizar una clase de realismo mágico: la abstracción de la soberanía popular y la metafísica de la voluntad general se convierten en el concreto negocio del oligopolio político. Mientras el sentido común fue primordial en la reforma constitucional inglesa y en la independencia americana, en la Revolución Francesa, el abuso del poder se fundó en el empleo de la metafísica.   En España, donde el sentido común tiene un difícil acomodo, la fascinación social ante el poder es pura estadolatría, en la que los partidos ejercen su provechosa mística de la autoridad. Los señores de diputados otorgan las diputaciones, tal como antes, el dominio de un solo señor otorgaba las procuraciones. El Sr. Zapatero, tras ratificar a las direcciones de los grupos parlamentarios en el Congreso y el Senado, ha señalado a sus diputados y senadores, agrupados por primera vez, el camino legislativo que deben seguir. Si en las relaciones privadas se observan criterios de sentido común que son inaceptables en la vida pública, hay que reparar en las instituciones, porque son ellas y no los hombres, las que impiden el libre desenvolvimiento de la inteligencia. Dante ya lo advirtió: “El mundo ha devenido malo porque está mal gobernado y no porque vuestra naturaleza esté corrompida”. La Naturaleza dicta leyes inapelables; por el contrario, las de los hombres, cuando son injustas, y en el caso de las instituciones, reacias a la libertad, no han de ser obedecidas. La Historia nos enseña que los hombres han querido sobre todo ser iguales, y las instituciones no han querido hacerlos libres.   La corrupción es inherente a las instituciones políticas, cuando los diputados, sin relación alguna con el electorado, están sometidos a la férrea disciplina partidista. El jefe del grupo parlamentario socialista, en un alarde de ignorancia o cinismo,  ha defendido el lugar donde será investido presidente, como la “clave de bóveda” de una “democracia” con el banco azul del Ejecutivo en el Legislativo. En un sistema democrático, los ciudadanos confiarían el poder a sus administradores; en la oligarquía de partidos, los votantes, con espíritu servil, confían en el poder del señor de partido, al que se rinde vasallaje parlamentario.

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