Lago Fusaro (foto: Diana Piorno) Restituyo a las olas Restituyo a las olas, a los arrecifes, a los barcos en alta mar, a la genista y al mirto, a las vestiduras ocres del crepúsculo, a los albatros y a los colibríes, a las adelfas y a los tréboles menudos que nacen en la humedad de las huertas, a los abrazos de zarzamora en la piel y en la ropa de domingo salpicada de rojos racimos, a las paredes de piedra de la casa del pueblo, a las ortigas que crecían a su sombra, a las flores buenas que nos dejaban cortar, a los manojos de amapolas misteriosas que nos prohibieron, a las vacas que llevaba cada día a pastar -a sus enormes ojos-, al trazado pecuario de las ovejas, tan precavido y visible,   a los versos escritos que arrojé un día desde el balcón pidiendo auxilio, a los poemas de Machado que me hicieron llorar, a las conversaciones que mantuvimos tan honestas, a la amistad manifiesta que nos prodigamos tantas veces, y la lejanía y las fronteras no hicieron estallar, a los hombres que nunca amé por pequeños contratiempos del azar y por largos entretiempos de soledad, a los que sí amé a pesar del dolor, a los que no amé a pesar de la dicha, al viento que hoy sopla decididamente del norte anunciando en la mezcolanza del verdor y las arenas un alborozo que llega ileso, una prematura primavera.   Restituyo a los elementos y a los cuerpos lo que es suyo: el amor indefenso, la ternura tan dócil, los versos sensibles.

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