La segunda derrota electoral del PP, siendo Mariano Rajoy su presidente, ha tornado la correcta uniformidad en las opiniones durante la campaña oficial en la uniformidad de las políticamente correctas opiniones disidentes. Ahora todo son matices para justificar el abandono de todo contacto de la actualidad social, con la realidad de la actual situación postelectoral de la  política española. Y aunque sin esa toma del pulso a las bases sociales no puede hablarse de sondeo para la elección del equipo dirigente, debe ser entendida con ironía analógica la afirmación de que estamos asistiendo a las primarias del partido popular, sin éstas haber sido convocadas y sin que ningún candidato haya presentado candidatura.   Este proceso en la España actual, ha dejado de tener su fuente en los congresos de los partidos, a los que ya van los candidatos seleccionados previamente, con los resultados de encuestas “ad hoc” y estudios sociológicos sobre permutaciones de caras y nombres en listas con número fijo.  Estos estudios de campo, verdadero experimentos sociopáticos, consisten en lanzar desde los medios la falsa idea de que los partidos interpretan la voluntad colectiva y eso les orienta en la confección de listas y programas, cuando en realidad discriminan todo candidato que, sin ciega obediencia a la jerarquía del partido, pueda ser  leal a la función pública de la representación política.   Es irrisorio que apenas hace dos meses Rajoy designó personalmente, o por delegación, los nombres y el orden de los candidatos que debían aparecer en las listas de diputados al Congreso, y que ahora diga que este no era su equipo. Ya entonces, el experimentado alcalde de Madrid pidió ser número dos por Madrid, pero no fue incluido en la lista,  prefiriendo Rajoy al  empresario Pizarro. Sin valorar ahora la posible reacción personal de Gallardón, el hecho es que las cifras de votos obtenidas en Madrid por el PP superan los obtenidos por el Alcalde en las municipales. Es probable que su inclusión en las listas del partido no habría alterado significativamente el resultado electoral. Lo cual indica que el sistema proporcional se basa en la votación a partidos y no a personas.   Por evidente que sea la selección de candidatos mediocres por los aparatos dirigentes de partido, para que no hagan sombra al jefe, en clara violación del artículo 6 de la Constitución que obliga a todos los partidos a observar las reglas de la democracia formal en su funcionamiento interno,  nada es comparable a la sistemática y torpe discriminación que sufre la sociedad civil, por parte de la partitocracia, al no contar los españoles con la posibilidad de elegir diputados conforme a las reglas, vigentes en los países anglosajones y Francia,  del sistema mayoritario que otorga la representación de cada distrito electoral a la candidatura uninominal que logra mayoria absoluta en la primera o la segunda vuelta.

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