Consejo Territorial del PSOE (Foto: inmamesa) El hombre de partido tiene razones de Estado para amar el poder propio, idolatrado por unos votantes que abandonan el sentido común para identificarse con las imágenes de los partidos predominantes. Este fetichismo electoral cumple la humillante misión de asignar cuotas de poder estatal a los oligarcas, refrendando las listas que éstos presentan. Tras el forzoso sometimiento a la voluntad de un solo amo, los españoles ya pueden entregarse feliz y voluntariamente a la de dos jefes nacionales o a la de media docena de jefecillos regionales, creyéndose libres.   La estable subordinación colectiva al parasitismo estatal de los partidos ha provocado la satisfacción de una parcialidad y la frustración de otra. Después de la fase ascendente, el PSOE comienza a mantenerse por inercia en el poder, hallando la estabilidad por medio de la repetición de sus fórmulas exitosas, tal como hace la Naturaleza con las especies antes de extinguirlas.   El discurso victorioso e irrisoriamente vacuo del Sr. Zapatero señala de nuevo ilusas esperanzas globales. Sin razón de ser "en" el mercado, y con una existencia estatal que niega la libertad política, la izquierda sólo es palabrería sectaria, cuya mala conciencia apela a la retórica de la injusta desigualdad. No obstante, el problema de la libertad y el conflicto de la igualdad son superados mediante la síntesis oligárquica del consenso. La tolerancia mutua es la bandera que enarbolan las facciones del Régimen, que estarán siempre inclinadas a volverse intolerantes con los que intenten poner fin a la usurpación política.   Tanto el triunfo de la inmoralidad como la supremacía de la imbecilidad en la moderna sociedad política española, se presentan en los medios de comunicación como inalterables realidades. A los fabricantes y comerciantes de ilusiones partidocráticas les resulta inconcebible un mundo político determinado por la jerarquía de valores de la sociedad civil. Los partidos que fueron reconstruidos después del totalitarismo se inspiraron en éste para instalarse en el Estado y ser plebiscitados por una sociedad a la que impedían su representación en el mismo. Contra la sinrazón del anacrónico poder establecido y la indeterminación social, ha de abrirse paso la racionalidad institucional de la democracia con el surgimiento de una ciudadanía determinante.

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