URNA / Alejandro Pérez. ELECCIONES 9M: MEDIACIÓN RITUAL O ABSTENCIÓN Aunque el tiempo se ha comido las huellas de la palabra, parece que "urna" siempre denotó vasija (urna, hyrke). Pero puede que proceda del latino "urere" (arder) y sea como el fuego que deshacía los cuerpos sin vida cuyos restos guardaba. O quizá provenga remotamente del sánscrito "uar" (agua) y sea el líquido que una vez albergó. En cualquier caso, las urnas han servido muchas veces para contener en su volumen y en su significado aquello que escapa, lo que fluye o se puede llevar el viento. Hoy, en España, sigue siendo así.   Hegel unió la Libertad con el Estado; los identificó como hacen las peripecias del idioma con los contenidos y los continentes. Según el filósofo alemán, sólo en el Estado se puede ser libre. Pues bien, los partidos políticos españoles han aplicado esta máxima con todo el rigor de sus aparatos. Aparatos partidarios para gobernar naciones; capaces de la mayor represión y la más concienzuda propaganda. La negación de que de si abstractos como la Libertad y el Estado pueden estar juntos de manera contranatural en la creación de un pensador, lo material puede darse naturalmente a lo material. El Gobierno que administra el poder del Estado y la Asamblea que redacta las leyes, deberían estar estrechamente ligados a la sociedad civil, de la que son, sencillamente, instrumentos de delegación ejecutiva y representación respectivamente. Una función que cumplen las instituciones, no el ciudadano. Cuando este, aislado, se convierte en forzado intermediario, el régimen reconoce que su estructura institucional ha fracasado, la sociedad su incapacidad para gobernarse y el individuo el reniego social, su alienación política. Esta forma de alienación no suscitada estrictamente por razones socioeconómicas, tal y como las describió Carlos Marx, tiene causas históricas que se han abordado en multitud de ocasiones en este diario. Se trata de que el oportunismo de algunos requiere de la participación de muchos; pero si la participación no es instrumental, pues esta función la realizan los aparatos de los partidos estatales, sólo puede ser ritual. Como todos los ritos, las elecciones de la partidocracia ponen en contacto dos realidades: la necesidad de realización ciudadana del individuo y su continua frustración, pues en verdad requeriría de la libertad creadora que no tiene para expresarse.   Se trata de una mediación pseudo consciente, un síntoma de inmadurez, de continencia en el desarrollo natural del aspecto social del humano. Segismundo Freud ("Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci", 1910) relacionó la represión sexual infantil con el posterior desarrollo más o menos obsesivo de la actividad investigadora sustitutiva. Es célebre la imagen del niño que, antes de decantarse por uno de los tipos de sustitución, pregunta incansablemente por todo lo que le rodea ignorante de que esa curiosidad dispersa es en realidad la alternativa a la única pregunta que verdaderamente le interesa y jamás llegará a plantear. Pues bien, mientras que la áspera investigación infantil sólo a veces da lugar a neurosis serias, la represión política en los ciudadanos siempre conduce a la sociopatía. Se vota y se vota para no llegar a ninguna parte. Se participa una y otra vez para continuar siendo irresponsable. Llegada esta situación,  el chismorreo impotente  deviene sucedáneo de la investigación intelectual y realización artística, porque la libertad prohibida es mucho más angosta que el sexo callado y el triste ciudadano se conforma con soluciones prefabricadas por aquellos que generaron los problemas, es decir, con la adscripción facciosa a cualquier ideología. Pero siempre sin lugar a formular la única pregunta importante: cómo ser libre. Una cuestión que debe ser reprimida en el consciente colectivo.   Los camisas negras lo supieron tan bien durante las primeras décadas del vigésimo siglo como ahora lo saben los partidos y sus grandes secuaces comunicadores: Quien siembra miedos recoge voluntades. Los titulares de la prensa nacional dicen a toda página que ETA llama a la abstención. Abstención, ETA. No se puede ser más tosco ni obscenamente coactivo.   La realidad es muy distinta. La mediación política nunca es inocente, mucho menos cuando las urnas de la partidocracia castran la fuerza natural de sociedad civil. El ciudadano mediático vota sin elegir para mantener viva la fantasía de pertenecer a una imaginaria sociedad política; la abstención pincha esa pompa de jabón. El ciudadano mediático alimenta la comunicación facticia entre sociedad civil y Estado y la abstención cortocircuita esa red. La energía potencial del votante español no varía nunca por alto que se encuentre (lo más alto que le es permitido llegar en el ascenso horizontal son las urnas del Estado); el ciudadano abstencionario, revienta la ilusión esclavizadora con sólo decir no. Entonces se abren las puertas de una nueva realidad y todo comienza a fluir de nuevo.

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