Papeletas electorales (Foto: sergis) La tradición autoritaria de la sociedad política y el malhadado historial de la libertad en España, han forjado un inconsciente colectivo de sumisión a las razones de mando estatal. En aquellos que no están nadando con la corriente, como los rezagados o los que ingresan demasiado tarde en un partido único, surge el temor a una fatídica desconexión de lo colectivo. Exhortar a la votación, como si fuese un deber cívico, supone confundir totalitariamente a la sociedad civil con la sociedad política. Votar es un acto político, y por tanto, no puede tener lugar en el ámbito propio de los deberes cívicos: la sociedad civil. Al considerar el voto como una obligación inexcusable en lugar de un derecho ciudadano, que implica no escoger papeletas rellenadas con militantes, la mentalidad partidocrática pone bajo sospecha la libertad de voto y muestra su desprecio por la autonomía de la sociedad civil.   Ante las manifestaciones de Gabriel Elorriaga, secretario de Comunicación del PP, en las que reconoce que la campaña de su partido está orientada a provocar la abstención de los posibles votantes socialistas, el Sr. Zapatero ha reaccionado estimulando el fervor participativo de sus adeptos: "Yo quiero ganar con votos" y "Quien espera ganar por la abstención tiene poca confianza en los españoles y en la democracia". El oportunismo del Partido Popular con respecto a la abstención representa la descarnada voluntad de poder que complementa a la del PSOE.   La celebración de elecciones políticas resulta fraudulenta, desde una perspectiva democrática, sin libertad de voto ni libertad de candidatura. La coacción institucional de la propaganda para participar en los comicios y la supeditación del acto de votar a un deber cívico, reprimen la primera. Y en esta Monarquía, sólo los partidos pueden reunir las condiciones exigidas por el sistema proporcional de listas cerradas o abiertas para ejercer la segunda.   El simulacro electoral que oficia el Estado de Partidos da curso legal a una corrupción política, que sólo puede ser condenada fuera de las urnas con una actitud abstencionaria que se distinga tanto de la indiferencia y la pasividad abstencionistas como del anarquismo, y que concite la necesidad social de instaurar la democracia.

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