Ser difamado por el estado de partidos, y sus voceros, es un verdadero honor, prueba de la falsedad de la acusación y de que la persona difamada,  es una persona virtuosa a la que se teme. Como en este caso, que don Antonio García-Trevijano cuenta con todas las virtudes, entre ellas, el valor, la inteligencia, la honradez e integridad moral, y sobre todas, como su propia naturaleza, la lealtad a la verdad. Y la primera verdad es el principio de la libertad política, que descubre y persigue en su partícular y fundamental lucha, la necesidad específica de hacerla colectiva.

La difamación es en sí una traición a la verdad, la lealtad y la libertad colectiva, una constatación del miedo a que prospere la abstención del voto como forma de derrocar a la partitocracia y, en definitiva, un honor para quienes lo perseguimos. Y habría que agradecer a los difamadores, traficantes de la injusticia y la mentira, por un doble favor: si ya se había demostrado la difamación a don Antonio en el tema de Guinea [1], el quererla ahora revivir, no hace sino enterrarla definitivamente y multiplicar la fidelidad al fundador del Movimiento Ciudadano hacía la República Constitucional, así como la consciencia y lealtad a sus ideas, de manera inquebrantable. Ahora somos miles los buscadores y defensores de esa verdad que nos hará libres, y si difaman a don Antonio, un hombre recto, artífice de la libertad colectiva, nos atacan a todos nosotros.

Lo que se pretende con esta difamación es acallar la liberad política, y su fundamento, que enuncia un principio ético de aplicación universal: a saber, la imposibilidad de ser libre si los demás no lo son, y alcanzar el verdadero valor de la justicia en ambos sentidos de esta palabra, el moral individual y el social en la esfera de sus relaciones humanas conforme a un sistema gubernativo íntegro y legítimo en el sentido pleno y más absoluto de estos términos: la democracia formal, y como forma de estado la República Constitucional [2]. Debe tenerse presente que, el término libertad colectiva, implica la responsabilidad del hombre ante él; porque no ha sido otorgada esa libertad  por un poder superior, el concepto susodicho comprende, en la fórmula más concisa que pueda imaginarse, la totalidad de las Libertad verdaderas, órdenes y prohibiciones éticas, y representa la base y la fuente de toda la moralidad y también el mensaje central e inmutable de toda Constitución.

Ser repúblico exige toda acción, en estos momentos la abstención electoral activa, de una forma leal y valiente, y como libertad colectiva, la meta y su fuerza de apoyo. Llegada esta verdad, se desvanece la demagogia política y cualquier ofensa consciente contra una verdad fundamental y su creador es un vicio. Por ende, logra una intuición más profunda del mundo, de las verdades elementales y una comunicación con todo lo que es sagrado.

El MCRC a diario restituye la salud política, resuelve dudas a quienes somos sus asociados, mientras que a los oligarcas del régimen no hace sino ponerlos en evidencia por sus defectos, como ahora con sus difamaciones. “El observador agudo debe sopesar lo que ve y ser balanza de su búsqueda y de su indagación.” [3]

 

Referencias:

[1] A. García-Trevijano, Toda la verdad. Mi intervención en Guinea, Ediciones Dronte (1977).

[2] A. García-Trevijano, Teoría Pura de la República, y Teoría Pura de la Democracia, Editorial MCRC (2016).

[3] Ibn Jaldún, Introducción a la Historia Universal, Almuzara (2008), p.-36.

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