Es del todo insoportable el engaño continuo a que nos vemos sometidos en España por parte de los jefes políticos, asesorados por cretinos inconmensurables. Mienten, roban, engañan, falsean, ocultan, callan cuando deben hablar, traicionan, apuñalan, conspiran contra su propio pueblo, etc. Todo esto es difícil de digerir, como digo. Pero lo que ya es el colmo de todos los colmos es tener que contemplar a todas horas sus ridículas sonrisas, esos gestos artificiales ensayados miles de veces ante el espejo, con varias personas corrigiendo comisuras, adelantando labios, subiendo o bajando mandíbulas, mostrando más o menos piezas dentales.

La sonrisa de Míster X, Isidoro, también conocido como Felipe González, era siniestra. Así me lo parecía en mi infancia. En cuanto veía su rostro por la televisión, enlazando frases a través de la partícula consecutiva “por consiguiente”, esperaba el momento de la sonrisa, que no siempre se producía, para pensar: tenemos al demonio como presidente del Gobierno. No hay más que analizar su trayectoria, plagada de crímenes de estado.

Después llegó Aznar, Ánsar para el políglota Bush. Su sonrisa me era muy desagradable. No era siniestra, pero se sentía desconfianza al verla. A veces era francamente ridícula, papanática. Los primeros años se prodigó en exceso. La de los últimos años era aún más falsa.

Qué puedo decir de ese gesto permanente de José Luis Rodríguez (no digo el segundo apellido porque una vez oí que le fastidiaba que lo llamaran Rodríguez). No sé si era su verdadero rostro o se ponía careta, pero era una sonrisa de tebeo, algo así como la del tonto del pueblo, siéndolo en efecto, pero como si la sonrisa no formara parte del conjunto. Desentonaba siempre, en cualquier circunstancia. Cansaba mucho la sonrisa de este otro gran traidor. Me hacía volver la cabeza, era algo físico, no podía evitarlo. Esta sonrisa me producía sincera grima. A veces notaba que él mismo no soportaba por más tiempo el seguir con ella, Rodríguez estaba deseando que las cámaras desapareciesen para quitársela y metérsela en el bolsillo, hasta una nueva rueda de prensa.

Y llegó Mariano, ese holograma sin sangre, ese espectro de poder plásmico, ese miedo hecho hombre, ese cobarde. Rajoy no se esfuerza ni para esto. No hay sonrisa en esa cara apática, desganada, permanentemente cansada. A Rajoy solo lo veo a través de fotografías en diarios digitales, pero ahora mismo no logro hacerme una imagen mental de él sonriendo. Ignoro si no sabe, no puede, no quiere, le da pereza, ha delegado en otra persona o es el hombre sin sonrisa. En este caso, eso que ganamos todos. Intenta esbozar algo así como un gesto que trata de ser una sonrisa, pero a mí su intento me recuerda siempre a ese gesto que hace el niño que no quiere ser fotografiado, al cual además le exigen que sonría. Ese vago gesto que hace a desgana es la sonrisa de Rajoy, triste y débil, falsa también, forzada, como todo lo político en España en este purgatorio eterno que sufrimos todos.

Y los últimos tiempos de esta transición vieja nos han regalado tres nuevas sonrisas, tanto o más falsas que las anteriores.

La de Pablo Iglesias, la más inquietante de todas porque a veces, lo creo de verdad, sonríe sinceramente. Como es un muñeco mediático, puesto ahí por el poder para meter sangre nueva a la partitocracia, de la que la población se empezaba a cansar un poco, sus gestos, sonrisas, enfados y silencios son ensayados, son programados de antemano. Pero finge mejor y algunas de sus sonrisas me sacan menos de quicio que otras también suyas, muy irritantes.

La sonrisa de Sánchez es, debo reconocerlo, la más agradable estéticamente. Tiene sonrisa de anuncio de dentífrico, de chico que sonríe mientras posa en calzoncillos, de modelo de barrio. Lo malo es que la lleva puesta al estilo Rodríguez, luciéndola sin ton ni son, venga o no a cuento, sin que haya nada divertido o amable por parte de nadie. Es una sonrisa-pose, bien estudiada por los asesores para que salga impecable en todas las fotos. No se le conocen otros méritos a este sonriente candidato que está más perdido que la madre de Marco.

La sonrisa de Rivera es la más flojita, una sonrisa para salir del paso, sonrisa del típico bienqueda, sin ser realizada del todo, con un deje extraño en una de las comisuras, como sin terminar, una sonrisa a medias.

Ninguna de las sonrisas de estos individuos puede ser pura, limpia, agradable. Como están mintiendo todo el tiempo y de manera consciente, la sonrisa, por muchas horas de ensayo que se pasen frente a los espejos, son delatoras. Son el rostro del alma. Y estas almas están muy corrompidas.

¡No sonrían, por favor! Ahórrennos ese trago.

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