La lectura de los textos “Islam y Derechos Humanos” y la Fatua de Niasse, o las obras de S.H. Nasr [1] y el mismo Ibn Jaldún, en esencia, representan la defensa del dinamismo en el Islam, el cual ha sido secuestrado. De ahí que no avance respecto a otras religiones y que cobren sentido tanto las autocríticas como la imagen proyectada que padece el mundo musulmán. La auténtica religión nunca impediría la evolución y defendería la vida, no la violencia.

La verdad es una, la diga todo el mundo, la diga una sola persona, o no la diga nadie; la diga un musulmán, la diga un ateo, la diga un cristiano. Y mi análisis concuerda con las críticas justificadas, aún viniendo de un cristianismo o laicismo, contrarios a las “corrientes islámicas dogmáticas”, desconocedores todos del dinamismo real que entraña el Corán. Ahora bien, los cristianos no tienen la obligación de saber el aspecto profundo del Islam, pero sí la responsabilidad común de luchar frente al estatismo y fuerzas que usurpan los principios morales, más que religiosos, universales.

La historia reciente de Occidente es dinámica respecto a la de Oriente. Por ello, para los cristianos la única religión dinámica que existe es realmente la cristiana, porque se basa en la idea de creación, como también el Islam, pero sin anclarse en el Libro. La religión cristiana y la judía —esta en gran parte—, no son religiones del Libro: si en su caso el Libro les inspira, y fundamenta, no se aferran a Él al modo en que se toma el Corán. Así, el cristianismo se caracteriza por la historicidad.

Una historicidad determinada por el hecho de que Jesús murió en la cruz y resucitó, que tiene su reverso en un Islam que no evoluciona. Los estamentos dominantes, estancados en el pasado musulmán, recogen literalmente sin posibilidad de interpretar y contextualizar su escritura, y de ahí les viene el fanatismo. Y es lo que ocurre cuando toda religión se politiza, que se multiplica la intolerancia.

Entonces, sin recordar el esplendor de Al-Andalus, la técnica, la innovación y toda ciencia es una creación reciente de Occidente. Existe una visión penetrada en todas partes, que no contempla lo que pasó en la Edad Media en España. Desde los años 50 del siglo pasado —por otro lado, momentos en que todavía falta limar las reticencias de los musulmanes a los nuevos inventos tecnológicos— se nos presenta todo tipo de literatura que defiende los logros y avances del cristianismo en materia de civilización, según la cual los países “extra-occidentales” se han apropiado de las creaciones europeas, desde la técnica hasta el nacionalismo.

En sí estatismo, el yihadismo es el nacionalismo musulmán. En la Europa occidental habría que hablar de la cristiandad de la cual derivan las naciones, las cuales son divisiones de esa cristiandad como conjuntos disminuidos caracterizados por la etnia, la geografía, la lengua y una serie de circunstancias, mientras que en el Islam solo hay una nación, la Umma. Lo que quiere establecer el yihadismo con el Califato, algo así como el imperio mundial conocido por estado islámico. Este asunto llevaría muy lejos en la idea de imperio, que siempre está detrás y ha existido desde Gengis Kan y los emperadores chinos hasta Alejandro, que se consideraban “reyes del mundo” en parangón con la divinidad que dominaba todo y está penetrando hoy como antaño, destruyendo el dinamismo de las viejas religiones proyectadas en un pasado remoto más o menos glorioso.

En efecto, el Islam, que es la única religión junto al cristianismo con vocación de universalidad, no dirigirá al individuo a la conversión interior mientras recobre el mito de que le basta la dominación por la espada a causa del estatismo, que aspira a dominar la tierra. Los musulmanes serían los ejecutores de la voluntad de Alá, tal y como algunos la entienden, con o sin pretender conversión. Pero es el estatismo el que descomponiendo las libertades que hay en la raíz del Islam hace cierto que el ser humano sea un ser histórico en el cristianismo, no menos en crisis por la socialdemocracia —tanto de derechas como de izquierdas—, que en lo político y social, sustituye los valores tradicionales de la moral ecuménica.

En China el Confucianismo y el Budismo son más indiferentes; no pretenden la dominación estatal ni religiosa, no son religiones universales en sí mismas. Más bien son los occidentales los que los están imitando con alguna secta o gurú de aquellos, pero no pretenden la dominación mundial.

En cambio, desde posturas retrógradas pretenden que todos los pueblos estén sometidos al Islam, postura dominante para quienes la palabra Islam significa sumisión, término que a veces no se comprende y ha sido rebatida sin lugar a dudas desde dentro por quienes reflejan el respeto del Islam hacia otras religiones a partir de la perfecta interpretación del Corán. ¿Pero cuál es la visión que queda ante el mundo?

Y he ahí, que muchos de los intelectuales y eruditos islámicos defiendan lo que el quorum de musulmanes son incapaces sin resistirse a la visión canónica que da lugar al asesinato, la violencia y el terrorismo, evidentemente nunca aceptable por la religión, sino por su forma politizada contraria a su propia esencia.

Y hay una percepción errónea del Islam verdadero desde su seno proyectada hacia la sociedad. En parte, porque el mundo ha cambiado y el Islam no debería ser ajeno a ese cambio (no la religión, sino la necesidad de evolucionar). En definitiva, el Islam tiene que progresar, y no ser utilizado como una herramienta para obtener objetivos políticos. ¿Un terrorismo de discurso religioso y en forma de estado? Algo absurdo o insólito. La religión islámica y las prescripciones que encierra su Libro, como cultura, han dominando en muchos sitios y tiempo fomentando la paz hacia otras confesiones. Eso sí es la Historia.

 

Referencias y notas:

[1] S.H. Nasr, El corazón del Islam, Kairos (2007).

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