Una chica de 13 años llamada Rocío Guinea, que estudia y vive en Benidorm, realizó el trabajo que voy a mostrarles a continuación. Fue un ejercicio que se mandó hacer para la asignatura de educación para la ciudadanía. El profesor se quedó asombrado por la simplicidad de la explicación y su veracidad. Se sentó y lo releyó varias veces. Luego lo leyó en alto para toda la clase. Finalmente puso a Rocío un sobresaliente. No salía de su asombro.

La razón por la que Rocío sabe tanto es que me ayudó a escribir una novela para acercar el pensamiento griego a las personas no iniciadas, especialmente a los jóvenes. También se trataba el sistema político griego y se comparaba con el sistema político actual. Rocío leía cada capítulo y me decía todo aquello que no comprendía o resultaba de difícil comprensión para una niña de 13 años con los que contaba cuando se escribió, de tal manera que me hizo repetir algunos pasajes (muy pocos la verdad, es muy inteligente) hasta que fueran fácilmente comprensibles.

Dicho libro, dedicado a Don Antonio García-Trevijano entre otros, se titula “La hija del tiempo” y está previsto que salga la primera edición en el próximo mes de abril.

Reproduzco, a continuación, el trabajo:

¿ES ESPAÑA REALMENTE UN ESTADO DEMOCRÁTICO?

Democracia. (Del gr. δημοκρατία). 1. f. Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. 2. f. Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado.

“El pueblo Ateniense, origen de la democracia, se consideraba libre porque podía controlar a los gobernantes con tres reglas:

  • Primera: que el pueblo (hoy diríamos nación) dictara las leyes.
  • Segunda: que el pueblo elija a sus gobernantes.
  • Tercera: tenían un sistema de control que permitía castigar la mala gestión.

Por tanto un sistema corrupto se formaría si se perdiesen las condiciones de libertad del pueblo ateniense y rompiera una o varias de esas tres reglas.”

Los votantes, en España, carecen de dos de los tres elementos que los atenienses consideraban imprescindibles para considerarse libres y no esclavos del poder: el derecho a dictar leyes y el derecho a elegir gobernantes.

Los ciudadanos no eligen a los representantes, los elige el Jefe de Gobierno, y además éste los controla.

Aquí no se mueve nada si no lo decide un partido. Los partidos hacen las listas electorales y eligen a sus componentes. Ahora tenemos unos partidos que controlan a los representantes; no unas oficinas electorales donde el control sea del pueblo, de los votantes.

Todos los representantes que constituyen el poder legislativo, que hacen leyes, los han nombrado los partidos y los votantes ni los eligen ni tienen control sobre ellos. El partido puede dejar de ponerlos en las listas y se acabó su carrera política.

Los partidos políticos están subvencionados por el Estado de modo muy generoso.

En un sistema libre de corrupción, el Estado nada tiene que ver con los partidos, pero en un sistema corrupto es esencial. El partido Nazi, el partido Fascista, la Falange de Franco, eran partidos estatales, mantenidos, pagados y por tanto controlados por el Estado. Si el Estado dejara de financiarlos, se hundirían en solo unos días, así que están absolutamente controlados. Son estos partidos los que confeccionan las listas electorales de los representantes nacionales, locales o de comunidades autónomas. Si uno saca la mitad de votos de una provincia que tiene ocho representantes, entonces los primeros cuatro de su lista serán representantes.

Estos “representantes” obedecerán al jefe del partido, serán controlados por él y si no son obedientes, ya no entrarán en más listas. Realmente la gente no elige a representantes, a personas, sino a partidos, que luego no puede controlar. Lo único que pueden hacer es votar a otro partido, pero sin control alguno sobre leyes ni gobiernos.

Estos “representantes” nombran a través del Legislativo o del Ejecutivo, al Consejo que de los jueces, que les asciende, les pone sueldo, les sanciona…

Estos “representantes” nombran a los jueces del Estado que forman el Tribunal Supremo y el Constitucional, por medio de la Cámara de Representantes, del Gobierno o del Consejo de los jueces.

Puede pensarse que acceder a ser representante de un partido político es un acto democrático, en los partidos mandan los jefes que hacen las listas y reparten privilegios, pero a las bases hay que amordazarlas. Exigen para presentarse a dirigir el partido, ocho o diez mil avales, que solo pueden conseguir aquellos que quiera la dirección del partido.

Unos partidos comprados por el Estado, y además con las bases amordazadas. Ese régimen solo es válido para países con un nivel cultural próximo al subdesarrollo.

¿Y los sindicatos? Todos ellos debidamente subvencionados. Una organización, política, sindical, de consumidores, sin subvención, no puede competir en propaganda ni en medios con aquellas subvencionadas, y, por ello, están condenadas a mal vivir, nadie les hará caso.

¿Y la prensa? El Estado se hace periodista y tiene sus medios de comunicación, los mejores, los más caros. El Estado es la mayor empresa del país y la que más propaganda contrata, así que es la que mantiene además, al resto de la prensa. A quien sea complaciente con el Gobierno, se le entierra en contratos con el Estado. Quien no sea comprensivo, jamás podrá competir con los complacientes. Serán barridos. Así la libertad de expresión queda convertida en mera propaganda. Tendrás a cientos de periódicos, emisoras, televisiones, diciendo que la fiesta de la democracia es el día que se vota a quien los partidos eligen y que la urna es el lugar más sagrado de la soberanía popular. ¡Ja!

Quedan flecos, pero de fácil solución: El Gobernador del Banco Central, el Presidente de la Comisión de la Competencia, el Fiscal General del Estado, el Tribunal de Cuentas. El primero controla la banca, el segundo las trampas en el mercado y el tercero es esencial en la justicia, pues de él dependen jerárquicamente todos los fiscales, y el último controla las cuentas de los partidos y del Estado. A todos esos los nombra el jefe de partido a través del Gobierno y la Cámara de Representantes. Es como si Al Capone nombrara al Jefe de Policía.

Un Estado sin control. Un Estado sin libertad tal y como la entendían en Atenas. Pero aparentemente democrático.

Lo malo de un sistema así es, que al cabo de unos años, tendría la peor economía del mundo civilizado, la peor educación, la peor sanidad, porque las energías van encaminadas al interés del partido, no de los ciudadanos.

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