RAÚL CEJUDO GONZÁLEZ

Vivimos en un régimen partidócrata donde un único poder controla todo y a todos. Esto lo sabemos y tenemos asumido que, de momento, va a seguir siendo así. Lo que no soporto por más tiempo es que, además de dominar el país a su antojo, enriquecerse con sobres y comisiones más que los cuarenta ladrones de Alí Babá, tener controlados todos los medios de comunicación con sus consignas y sus estupideces habituales; lo que no soporto, decía, es el ridículo en el que se ve envuelta España sin cesar, debido a estos políticos y a estos medios de comunicación que están a sus órdenes. Ya que nos controlan, nos esclavizan y nos humillan, al menos háganlo en silencio, estén calladitos. No hablen apenas, no es necesario. No salgan a ponerse en ridículo en lamentables ruedas de prensa que no son tales, pues no suelen estar permitidas las preguntas (incluso las cómodas les irritan). No salgan a no decir nada porque es muy tonto y abochorna mucho. Todas las decisiones importantes para España se toman en despachos privados o en reservados de restaurantes de varios tenedores. Cíñanse a estos pactos secretos y que lo que hablen en sus conciliábulos se quede allí, para no avergonzarnos más a toda la nación.

Leer los titulares de los periódicos nacionales me irrita sobremanera, no puedo evitarlo. Y estos periódicos son diarios, pero diarios personales de todos los miembros de la partidocracia. Como ni siquiera son capaces de hablar en público sin leer, dudo que sean capaces de llevar un diario personal. Por eso, los atentos y serviles periódicos hacen este útil trabajo por ellos. De estos titulares destila cobardía; el contenido de estos periódicos hiede a corrupción; apesta a pactos de ladrones; avergüenza la adulación de algunos periodistas que son capaces de justificar la perrería más vil solo porque son de los suyos, o porque tienen órdenes de arriba; o, lo peor de todo, porque tienen miedo. Asimismo, dinamitan el bello idioma español, destrozan el lenguaje, lo llenan de eufemismos, son inexactos y nunca son claros. La lucha por el poder, que ha existido siempre en todo tiempo y lugar, en España es ficticia (no pasa de ser una pantomima mala). Nos hacen creer que luchan por un poder que ya tienen, cuando lo único que se dirime en las esclavizantes cajas de cristal (también llamadas urnas) es quién hará de jefe y quién hará de oposición. Están sumidos en una cobardía tan recalcitrante, tan asquerosa, que temen lo que en otros países europeos ansían: la mayoría absoluta. Nadie la quiere en España. Se sienten cómodos en el “consenso”, un eficaz mecanismo que sirve para no pensar y para quitarse responsabilidad, ya que el desastre o el fracaso será cosa de todos, con lo que se pasa la responsabilidad final a los ciudadanos que los votaron. Los problemas de la nación son resueltos por ellos con permanentes lavadas pilatescas de manos. Es un continuo “paga la casa”. Esa casa es la nación, la sociedad civil; la factura la pagamos casi todos. La clase política no solo no paga, sino que se enriquece más cuando el pueblo sufre; para que siga la juerga de estos desalmados, hay que aumentar sin cesar los impuestos, hay que gravarlo todo, hay que sacar dinero de las piedras, porque el café para todos es eso: rico café para toda la clase política y sus adláteres, pagado con el dinero de los ciudadanos, que invitamos siempre.

Y así año tras año, lustro tras lustro, década tras década y parece que, si la población no despierta al fin, siglo tras siglo.

Y la solución es sencilla. De lo simple que es, fascina o asusta, según quién sea el que valore sus consecuencias. La solución, para empezar, está en alejarse de todo esto, en decirse: “conmigo no contéis más, mafiosos partidócratas; no voy a introducir un papel dentro de una urna; no os voy a seguir financiando vuestra adicción a las cuotas de poder.”

Hay otras soluciones, claro. Pero de esas ya hemos tenido suficientes en la historia y solo conducen a más de lo mismo: poder incontrolado e incontrolable. La solución pacífica, decente, honesta y ejemplar es realizar justo eso que les da tanto miedo: no legitimarlos con el voto. El voto en la España actual no elige a representantes, no da poder al pueblo, no se realiza en auténtica democracia, pero sí legitima a los corruptos, sí hace funcionar los engranajes del sistema entero, que fue diseñado para que la corrupción no pueda ser perseguida aunque se hable de ella y se escandalicen (o finjan hacerlo) algunos. De los ciudadanos solo necesitan un fácil acto que tiene lugar cada cuatro años. Sin él están perdidos. Una vez que se produce el acto de la votación masiva, ya les hemos dado luz verde para realizar todos los desmanes que quieran. Seamos adultos de una vez. No caigamos en los cepos de las urnas, puesto que son muy dolorosos y ni siquiera tienen premio. Si al menos nos pusieran un reloj de oro junto a la ranura para tentarnos, o la entrada de un piso para corrompernos como ellos, o las llaves de un flamante deportivo… Pero es que ni eso; no nos sobornan con nada a cambio del voto, que significa todo para ellos. Como más de la mitad de la población acude voluntariamente, no necesitan comprar el voto. Sería mucho más bonito ver a los votantes a las entradas de los colegios gritando: “Al rico voootooo, voto, voto fresco, para cuatro años, sin exigencias, voto con carta blanca para robar y mentir, ¿quién compra?” Aparecerían los pícaros reventas, como en el fútbol, que revenderían el voto. Todo seguiría igual, por supuesto, pero al menos sería un circo más ameno, más divertido, con más color. Y el votante legitimaría a los corruptos y se corrompería igual, pero al menos no lo haría gratis, que ya es el colmo de los colmos.

Y es que, además de corruptos, mentirosos, deshonestos, casi analfabetos, cobardes y traidores, estos políticos son unos tacaños de tomo y lomo que no son capaces ni de comprar con algún bonito regalo el voto que le lleve a la poltrona. Utilizan promesas electorales.

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