Manu-Ramos

MANUEL RAMOS.

Desde el tan cacareado 15-M en el que se lanzaba al aire el grito más insospechadamente revolucionario sin entender la fuerza de su idea, la “representación” sigue yendo de boca en boca de los españoles usándose para una u otra causa política pero con una resonancia hueca, partidaria, banal. Lo que Antonio García-Trevijano ha defendido desde que tiene voz política se expresaba entonces de una forma simple, coral, y repetitiva en las manifestaciones de aquella primavera del año 2011: “¡que no, que no, que no nos representan!”. Ya no hay manifestaciones, ya no hay “mareas ciudadanas”. La destilación de esa rabia callejera ha dado como resultado la solución “Podemos” y “Ciudadanos”. Ya se ha estatalizado toda la posible fuerza de la sociedad civil que salió a la calle a protestar aquél día, aquellas horas, antes de que acudieran a su cuello los partidos estatales a apropiarse de las palabras y las consignas.

El grito “no nos representan” ya no tiene sentido para los indignados pues con estos nuevos partidos estatales sí se ven “representados”. Su ansia por votar se siente saciada. Sin embargo, los repúblicos sabemos que la representación política en España es inexistente ya que vivimos bajo el engaño del sistema electoral proporcional y de listas que, en palabras del por entonces presidente del Tribunal Constitucional de Bonn, Gerhard Leibholz, culmina el sueño de Rousseau: integrar las masas en el Estado. Rousseau negó la posibilidad de que el soberano (pueblo) pudiera ser representado y tenía razón el francés: el pueblo no es representable. Pero en tanto que abstracción real, puede ser concretado en entidades representables, como nación, región, comarca, municipio. La mónada electoral surge como necesidad de este hecho natural, nacido de la vivencia continuada, que requiere ser representado como entidad social real de la convivencia política.

no nos representan

Los partidos estatales se convierten en entidades incrustadas en el Estado que se arrogan la potestad de decidir sobre la voluntad de los ciudadanos. Sus aparatos, accionados por los engranajes de las listas electorales y los juegos de poder interno, desconectan a la sociedad civil de la política. Según Leibholz las masas están integradas pero la realidad es que organizaciones como el PP, PSOE, Podemos o Ciudadanos son órganos estatales que no responden a los intereses de los votantes. Sólo tratan de persuadir a las citadas masas para que, cada cuatro años, repartan cuota de poder en su parcela para así caber a más puestos con una mayor holgura. Jamás un partido puede representar al pueblo. Estaríamos hablando de totalitarismo.

La representación política, en contraste con la aberración anterior, se basa en la elección mayoritaria, uninominal, por distritos pequeños y, en caso de empate, a doble vuelta. Esta operación electoral obliga formalmente a extraer de cada cuerpo electoral la decisión de la mayoría, principio democrático asumido convencionalmente y de forma natural cuando hay que decantarse por una opción. El compromiso con el programa electoral se considera obligado y la exigencia de responsabilidades al candidato es mucho mayor cuando la luz de la sociedad civil se proyecta sobre un foco mayoritariamente. Con el sistema proporcional, los apaños post-electorales hacen oídos sordos a todas las promesas que se hicieron en campaña en pro de asegurar un puesto en la administración merced al favor para formar gobierno.

Teniendo claros estos principios electorales y sabiendo, incluso legalmente, que el régimen que tenemos no es representativo del elector ¿qué querían decir aquél 15 de mayo los que clamaban que “no nos representan”? ¿qué consideraban que significa estar representado? ¿qué tipo de representación realiza un político? Son tres preguntas que intentaré responder de una en una.

Primero, no sabemos qué pasa por las mentes de todos y cada uno de los individuos que se unen a una protesta en la calle. Recordemos que, según se sostenía en los albores del quicemayismo, no había líderes y por tanto portavoces de las consignas lanzadas al aire. Sin embargo los hechos han demostrado que la disolución de aquél movimiento ha ido pareja a la aparición de partidos que han recogido el testigo de la famosa indignación. De modo que podemos sostener que aquellos que no los representaban -según sostenían muchos- eran el “PPSOE”, el llamado bipartidismo. Y ahora estos partidos sí los representan, por tanto no hay que mencionar más la citada consigna.

Segundo, podemos deducir de lo anterior que “representar” supone una identificación con un partido político. Como con un equipo de fútbol, por ejemplo. Las demandas del 15M nunca fueron muy diferentes de lo que siempre se ha pedido al Estado del bienestar: casa, pensiones, trabajo, sanidad, escuelas, subvenciones… etc. Los gritos iban en contra de los recortes, del capitalismo en general, en contra de pagar la deuda, también iban en contra de la corrupción. No había ideas libertarias ni fundadoras de una constitución digna de ese nombre. Por lo tanto quien les ha prometido que iba a saciar sus peticiones materiales, no teniendo aún ningún caso de corrupción a sus espaldas, ha conseguido captar la atención. Es lo que hoy se llama “la nueva política”. Partidos a los que aún no se les nota mucho la corrupción.

Por último, y mucho más importante: ¿Qué representación obtiene un político elegido mayoritariamente de forma uninominal en su distrito? Sin entrar ahora demasiado en los fundamentos de la representación diré que lo fundamental es el compromiso de cumplir su programa pues es la opción que más fuerza ha acumulado. De las urnas sale lo que ha entrado en ellas: la identificación mayoritaria de los electores con una voluntad, la del representante, responsable directo ante sus electores. Esa manifestación de la fuerza de la mónada es lo que asusta a los oligarcas, a los odiadores de la libertad. Si el pueblo decide puede equivocarse pero así aprende y, con ello, prospera… o sucumbe. Pero será fruto de la libertad, una decisión representativa. Esta indeterminación es terrorífica para los que lo quieren todo atado y bien atado. El aparente factor de inestabilidad que supuso el 15M, pues alguien llegó a pensar que eran radicales o revolucionarios, se vio neutralizado al incluirlos en el juego oligárquico del sistema proporcional y de listas. Simplemente, querían su parte. Eso es lo que querían decir con “no nos representan”.

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