Almudena Negro

ALMUDENA NEGRO

Afirma el abogado y pensador republicano español, Antonio García-Trevijano que, dónde hay consenso, al cual califica como “valor negativo”, coincidiendo en ello con la autora norteamericana Ayn Rand quien consideraba a la ideología del consenso (la socialdemocracia) como una antiideología, no puede haber libertad, porque el consenso es contrario a ésta. Vaclav Havel, por su parte, señalaba al consenso político, basado en el miedo, la propaganda y una falsa representación que hace creer al pueblo que tiene poder de decidir,  como origen de la gran “cultura de la mentira”.

En España, desde 1978 en que ve la luz la carta otorgada del consenso, las elecciones no tienen más finalidad que decidir a quién le corresponde dirigir el consenso, cuya voluntad, que pretende ser la del pueblo pero no lo es, se manifiesta y decide en las Cortes, dominadas por el poder ejecutivo, que ya, sin cortarse ni un pelo como consecuencia de la baja calidad intelectual de nuestros políticos y una vez consumada la infantilización de una sociedad entregada al humillante y simplón “Mujeres, hombres y viceversa”, designa directamente al presidente del Congreso. Y tan anchos. Al fin y al cabo, apenas cuatro se darán cuenta y dos protestarán.

La sumisión del legislativo y el judicial al ejecutivo es consecuencia del parlamentarismo, incompatible per se con la democracia política, dado que, bajo éste,  el poder ejecutivo acaba domeñando al resto de poderes, desapareciendo así la para la siempre imperfecta pero necesaria división de poderes.  En España, en el colmo del descaro, existe un banco azul en el Congreso de los Diputados. ¡Qué mejor imagen de la descarada ausencia de estaconditio sine qua non democrática!

Montesquieu ha muerto,  si es que acaso alguna vez vivió, como decretó el mordaz Alfonso Guerra. Desde entonces, todos bailan sobre su tumba. El esta semana dimitido Alberto Ruiz-Gallardón no menos que el resto. De hecho, ha sido él quien, en nombre del consenso, ha dado la posiblemente última puntilla al poder judicial. Un poder judicial del que, según las encuestas del CIS, no se fían con razón unos españoles entregados a la exigencia de la perfección prometida por los utópicos. Pues bien, ningún orden político será jamás perfecto, como tampoco lo es el hombre. La perfección queda reservada para quienes prometen “construir” un hombre nuevo (perfecto), al cual ofrecen el paraíso terrenal. A estos es  a quiénes prestan oídos buena parte de las sociedades, pese a que la consecuencia de permitirles llegar al poder, siempre es la misma. Venezuela, en donde el pueblo, llevado a la miseria por unos gobernantes que prometían el Edén y que han liquidado las clases medias, parece que se está rebelando, constituye un buen ejemplo. Aquí, en España, hay quien quiere y defiende ese modelo autoritario.

La corrupción que vemos estos días por doquier, de Bárcenas a Pujol, no es más que la consecuencia del propio consenso, de una oligocracia devenida en cleptocracia. Y es que,como señalara Antonio Garcia Trevijano, “de la dictadura no se pasa a la democracia, se pasa a la oligarquía, porque ésta es una degeneración de la dictadura”.

Oligarquía que es la ley más universal de la política, aunque los tecnócratas no se enteren y por eso confunden política con politiqueo, y cuyo presupuesto ontológico es la en España ausente libertad política, como algunos no nos hartamos de repetir. De ahí que, salvo que cambie por completo la naturaleza humana, que es lo que persiguen los totalitarismos con su tenaz búsqueda del hombre nuevo mediante la llamada ingeniería social, existe y existirá siempre una eterna lucha entre la libertad colectiva y la oligarquía, como magníficamente explicara el desconocido pero fundamental Robert Michels, padre de la Ley de Hierro de las oligarquías, que pone en su sitio a los de la “democraciainternadelospartidos”, desconocedores por partes iguales de la naturaleza humana y de la democracia que dicen defender.

Explica Rand que “el consenso generalmente abarca todos los puntos de vista políticos aceptables. ¿Aceptables para quién? Para el propio consenso”.  Y así es como se impone el pensamiento único, predominante hoy en Europa, en la cual los segmentos minoritarios son expulsados de la vida pública por no plegarse al “aceptable consenso”. “¿Qué criterio de justicia tiene un gobierno de consenso como guía? El tamaño de la pandilla de la víctima. Así, cada segmento amplio, para ser moderado [la otra palabra mágica que todo lo justifica y que excluye a las minorias], debe de tener en cuenta los puntos de vista de otro segmento amplio”, concluye Rand.

Es lo que comúnmente se conoce como PPSOE y tiene desconcertada a buena parte de la sociedad española, que, pese a intuir que en España hay en el fondo un partido único, sometido al consenso, se sorprende cuando el PP hace suya la agenda ideológica y programática de José Luis Rodríguez Zapatero.

El problema es que, debido a que los mantras estatistas, los dogmas del consenso, han hecho mella en buena parte de la población, ésta, en lugar de buscar alternativas fuera del mismo, tiende a refugiarse en opciones pseudopolíticas que, en definitiva, no pretenden más que la sustitución de una oligarquía (casta la llaman) por otra igual, pero más cruel. Como ha sucedido en Venezuela. Como ha sucedido tantas y tantas veces.

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