Manuel Mandianes

MANUEL MANDIANES.

Mientras las manifestaciones llenan las calles, el autismo se adueña del Parlamento. La mayoría de las cosas sobre las que discuten los políticos: estatutos, soberanía o independencia, no preocupan en absoluto a los ciudadanos. El pensamiento de los políticos gira en torno a los problemas que ellos generan dentro de sus partidos y en rendir culto al poder que reside en el dinero. No tienen ni el poder ni el dinero pero tienen fe en conseguirlo. «La fe es la sustancia de las cosas esperadas». Sus palabras suelen ser un discurso sobre otro discurso y así hasta la saciedad.

Los políticos de la oposición protestan contra los recortes y contra el saneamiento de los bancos porque «se está mimando a los causantes de la crisis y sangrando a los que la sufren». Pero ningún político de la oposición pide adelgazar la Administración, empezando por el número de políticos. «Sobran más de la mitad de los que hay y la única solución para lo sobrante es eliminarlo», se dice. ¿Por qué para reducir el déficit hay que empezar por hacérselas pagar a los de abajo y no empezar por reformar las instituciones y reducir el número de puestos políticos inútiles y gravosos?

Los desahucios son una prueba de la falta de humanidad de los bancos por exigirlos y de los políticos por permitirlos. Echan a la gente de su casa y encima tiene que seguir pagándola. «En España, la hipoteca es un contrato privado, ajeno a la vivienda. Por eso, una vez entregada la propiedad, la deuda sigue pendiente», dicen los técnicos. Desde 2007 se han iniciado más de 400.000 procesos de ejecución hipotecaria. Se adelgazan lo salarios pero las hipotecas siguen lo mismo. Las políticas desarrollistas, fundadas en la especulación y el dinero, que excluyen el factor humano: la debilidad, la compasión, la justicia, la incertidumbre, no pueden llevar más que a la miseria.

La solución de las preferentes es de sentido común. A los impositores hay que devolverles el dinero que depositaron en los bancos engañados por personas de su confianza que se decían amigos. Conozco directores de sucursales que dijeron a sus clientes: «No compren preferentes. Son un engaño para hacer capital social». Los ahorradores, entre otras cosas, están solucionando problemas y tapando agujeros que crearon los especuladores y los malos gestores. Muchas veces se oye decir: «En su situación, todos haríamos lo mismo». El responsable no es quien hubiera podido hacer lo mismo en la misma situación sino quien lo ha hecho.
Oyendo las declaraciones de alguien que hablaba por Unió tuve la sensación de estar oyendo a un idiota borracho parloteando en un tugurio inmundo y maloliente. A cualquier persona que pillan robando le hacen devolver lo robado y la meten en la cárcel. Algunos miembros de Unió llevaron dinero que venía de Europa para los españoles. ¿No sabían nada los jerarcas de Unió de lo que estaba pasando? Puede ser que su acendrada fe los llevara a creer que estaban asistiendo al milagro de la multiplicación de los panes y los peces.

El PSOE y el PP, siguiendo la doctrina de Maquiavelo, disculpan a Duran «porque es la única cuña que pueden mantener en Cataluña para defender el orden constitucional». Todo esto puede estar justificado desde la estrategia política, pero no creo que pueda defenderse desde la ética porque «los fines no justifican los medios». Algunos columnistas, olvidando que un error no se corrige con otro error, califican de visión política y capacidad de estrategia la falta de honestidad, la marrullería y los chanchullos de algunos políticos, y justifican los errores de unos con los errores de los otros.

La ley es la misma para todos pero su aplicación, no. Hasta el momento y salvo raras excepciones, los políticos corruptos ni devuelven el dinero ni van a la cárcel. La corrupción no es necesaria pero tal vez sea inevitable. A los políticos corruptos hay que sentarlos en el banquillo, hacerles devolver el dinero y encerrarlos en la cárcel, si procede, como a todo el mundo que comete un delito. Parafraseando a Pepita Jiménez, se puede decir a los políticos: «Usted no ama el servicio público. Eso que ama usted es la esencia, el aroma: el dinero, los honores y la vagancia». Y entre ellos pueden decir: «Cada vez que nuestras miradas se encuentran, lanzan en ellas nuestras almas y se descubren mil inefables secretos que sólo nosotros conocemos».

Las narraciones de los actos de corrupción son diversas y, muchas veces, imprecisas. Las variaciones equivalen a una declaración y a una testificación con auténtico valor de realidad mucho más que si, como ocurre con los informes, hubiesen obtenido su crédito refiriendo lo que realmente ha acontecido. Ante la significación de lo narrado queda callada la pregunta por la autenticidad y la fiabilidad del informe. El jardín de la corrupción política se bifurca y es intrincado, como los senderos de Borges; es como un libro infinito al que cada familia política va añadiendo, cuando puede, un nuevo capítulo pero idéntico al anterior. La casi totalidad del pueblo español piensa que la casta política es corrupta y mediocre aunque admita que dentro hay gente honrada y brillante. Da la impresión de que a los políticos les preocupa poco el descrédito social en el que se arrastran. Su único síntoma de preocupación ante el abatimiento de los ciudadanos es que hoy una y mañana otra de las familias emprenda alguna campaña de imagen sin cambiar nada de su comportamiento.

«Aquí no se habla de individuos sino del grupo. Cuando actúan en manada, por donde pasan no crece la hierba», escribió Pedro J. en este mismo diario. El colectivo político actúa con los mismos mecanismos que la casta mafiosa. Tienen reglas inquebrantables, se defienden como una familia. Una familia ataca a otra o a un miembro de ella misma cuando vulnera las reglas que rigen el funcionamiento del grupo y pone en peligro la seguridad de los compo- nentes y, sobre todo, el sistema que les permite llenar los bolsillos. A los políticos parece importarles poco o nada lo que los ciudadanos piensen siempre que éstos acudan a las urnas.
Yo no quiero ser tan pesimista como Coetzee, premio Nobel, quien dice: «Es inocente esperar que nuestros gobernantes nos conduzcan a un futuro mejor» ni como Pessoa, que escribió: «En la vida de hoy, el mundo sólo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a los agitados. El derecho a vivir y a triunfar se conquista hoy con los mismos procedimientos con que se conquista el internamiento en un manicomio, la incapacidad de pensar, la amoralidad y la hiperexcitación».

Decir que el pueblo tiene la oportunidad de castigar a los corruptos en las urnas es una falacia; los ciudadanos votan según su ideal. Por muy corrupto que sean los políticos de su partido no van a votar a otros a los que considera contrarios a sus ideales, encarnados en unas siglas. «La única manera sería deslegitimarlos con la abstención», oí decir. ¡Difícil!
Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC, escritor y autor del blog ‘Diario nihilista’.

 

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