ILLY NES.

El año 2.000 fue determinante para mí. Aunque vivía sin pareja, Toni-Nicol era una relación acabada por motivos obvios. Desde que descubrí en ese tiempo la transexualidad de ella, la discriminación de estas personas y su sufrimiento, me encabrona cuando alguna estúpida, por no calificarla de algo mas fuerte, compara “la ortodoncia de mi hijo, que también es importante” con el acceso al cambio de sexo desde la Sanidad pública. ¿Saben acaso lo que sufren las personas transexuales? ¿Saben la cantidad de suicidios que tienen?

Estaba trabajando en la revista Zero, coordinando la sección de Salud y Sida. Era un privilegio. Me sentía invulnerable frente al VIH. Pero un día vino un amigo mío, el doctor Wade León, del Saint Vincent Hospital de New York. Muchos gays con VIH de esa ciudad le tienen como médico. Estaba en casa y ve como me estaba tomando mis fármacos antirretrovirales.

— Stop, stop. ¿Qué haces?
— Tomarme la medicación
— ¿Tienes la guidelines?
— Sí.
— Sácala.

Cual no es mi sorpresa cuando descubro que los fármacos que estaba tomando, dos todavía no aprobados entonces en España, me los había combinado de forma muy perjudicial para mi. Uno era el ABT-378, hoy llamado Lopinavir. El otro, al cual había doblado la dosis, el Efavirenz, hizo que desarrollase resistencias al mismo y a toda esa familia de medicinas. Es decir, un error médico, en el mismísimo Hospital Carlos III, me deja sin una familia de fármacos, los no nucleósidos. Dupont Pharma, que era el propietario del Efavirenz hasta que fue comprado por Bristol, por fortuna se informó correctamente y advirtió la contraindicación.

Unos meses después, concretamente en septiembre, comienzo a tener unos síntomas rarísimos. Voy al hospital y me ingresan. Tengo la suerte de que la médico que me lleva es la doctora Rosa Polo. Es muy amiga y yo le había realizado una entrevista para la revista Zero y otra para el Boletín de Tratamientos Experimentales contra el Sida de la San Francisco AIDS Foundation (California-US).

El 10 de octubre le espeto ¿Tengo Leucoencefalopatía Multifocal Progresiva (PML)? Rosa se turbó, se sentó en mi cama y me dijo que aun faltaban pruebas de confirmación, pero que era muy probable. Comenzó a darme ánimos y motivarme para luchar. La razón es que la PML es una enfermedad indicativa de Sida, que desde su diagnóstico hasta el fallecimiento, el promedio de supervivencia es de 6 meses. Era un palo. Tenía puesta la fecha de mi fallecimiento.

Como venían a cuidarme los voluntarios de COGAM, el grupo Nexus, decidí hacer una fiesta el 12 de octubre en el hospital para despedirme de mis amigos. Por la tarde de ese día organicé el jolgorio y metí en mi habitación a más de 25 gays.

El día 13 una resonancia de la clínica Ruber confirma el diagnóstico. Rosa Polo se pone en marcha. Enfrentándose al criterio del Jefe de Infecciosos del Hospital Carlos III, Juan González Lahoz, me propone comenzar con un fármaco con gotero, que aunque no tenía esa indicación, había producido en algún paciente algunas noticias que podían ser alentadoras. Si la doctora Polo me lo proponía, aceptaba sin dudarlo. Tal es la amistad que tengo con ella que cuando me enteré que otro médico del Opus Dei al que Juan González Lahoz había “entregado” el servicio la perseguía y la tenía visitando tres o cuatro pacientes al día (mobbing y machismo), le pedí a la ministra Ana Pastor que se la llevase al Plan Nacional sobre el Sida. Por fortuna así fue.

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