“Los economistas Robinson (Universidad de Harvard) y Acemoglu (MIT de Massachusetts) han escrito un luminoso libro en el que explican por qué fracasan las naciones. Su tesis no es original, pero aplicada al caso español resulta esclarecedora. Robinson y Acemoglu demuestran con buena información por qué unos países son prósperos gracias a contar con instituciones democráticas que procuran el bienestar general, mientras que otros -los más atrasados-, quedan en manos de élites políticas que sólo pretenden su propia satisfacción. La prosperidad de las naciones, vienen a decir, no depende de sus riquezas naturales, sino de la calidad de sus instituciones”.

Con estas palabras, el periodista Manuel Sánchez ofrece en El Confidencial varios ejemplos: “El más evidente se localiza en la enorme frontera que separa a México y EEUU. Al norte, un país rico con instituciones democráticas que funcionan de forma razonable. Al sur, una nación donde la corrupción política ha sido la norma general. Y ponen como paradigma la figura de Antonio López de Santa Ana, que fue presidente de su país en once ocasiones. Durante ese periodo, México perdió El Álamo y Texas y se desangró por una desastrosa guerra con EEUU. No fue un caso excepcional. Entre 1824 y 1867 hubo 52 presidentes en México, la mayoría de ellos después de un pronunciamiento al margen de la Constitución. EEUU, por el contrario, disfrutó en ese periodo de una gran estabilidad política gracias a contar con una arquitectura institucional democrática que permitía la separación de poderes e incentivaba la creación de riqueza”.

 

 

 

“El financiero mexicano Carlos Slim, antes de llegar a ser el hombre más rico del mundo, nunca patentó ni inventó nada. Pero tenía algo mucho más importante para ganar dinero en su país: una buena agenda de contactos. Network, que dicen ahora los modernos. Slim se quedó con la telefónica de México -Telmex- pese a que no ofreció la mejor oferta durante la privatización. Incluso llegó a un pacto con el Gobierno para retrasar el pago de la compra, lo que le permitió adquirir la compañía con los dividendos que generaba la propia Telmex. Es decir, no puso un solo peso en la operación. El otro hombre más rico del mundo, Bill Gates, por el contrario, ha amasado su fortuna gracias a la innovación, no a su agenda de contactos, y eso explica en parte los diferentes niveles de renta a un lado y a otro de la frontera. Mientras que en México un monopolio privado ha sustituido a un monopolio público, en EEUU la competencia y la apuesta por la innovación tecnológica ha creado gigantes como Apple o Google”. Slim, por si todavía alguien no lo conoce, es el amigo millonario de Felipe González.

 

 

“¿Cuál es la diferencia entres ambos países?”, se pregunta Carlos Sánchez: “Sin duda, la existencia de obstáculos de entrada al sistema productivo, lo que provoca una atrofia económica descomunal. Hoy ese el principal problema de la economía española. La existencia de un statu quo imperante que convierte a la economía en un coto cerrado, y que gira en torno a lo que pomposamente se denomina Consejo de Competitividad, una institución sin parangón en un país democrático que actúa a modo de grupo de presión. Y lo hace gracias a un sistema institucional que en lugar de incentivar los cambios sociales los enmudece”. Su última reunión, por cierto, la presidió el rey Juan Carlos.

“Hoy nada se mueve si no lo decide apenas un puñado de ejecutivos. Ellos son los que acompañan al rey en sus viajes comerciales, ellos son los que tienen hilo directo con Moncloa, y ellos son los que influyen de manera torticera y vergonzante en los principales medios de comunicación. La crisis ha provocado una concentración del poder económico sin precedentes inmediatos. Y la creación de megabancos que controlan todo el sistema productivo, va en esa dirección. Una mirada al Ibex de hoy se parece como dos gotas de agua al Ibex de hace veinte años, cuando es evidente que la economía ha cambiado de forma dramática”.

 

 

“No es un fenómeno nuevo. Parece seguir viva aquella gloriosa asamblea celebrada el 18 de junio de 1916 en el Hotel Palace, a un paso de Congreso. Los convocados fueron las ‘fuerzas vivas’ del país que protestaban porque el ministro de Hacienda, Santiago Alba, quería imponer una tasa por los beneficios extraordinarios que habían logrado algunos sectores económicos por la neutralidad española en la Gran Guerra. El naviero bilbaíno Ramón de la Sota ofició de maestro de ceremonias, mientras que Cambó, diputado en el Congreso por la Lliga catalana, defendió el derecho a la protesta de sus compatriotas. Como se ve, industriales vascos y catalanes a la vanguardia del progreso económico en el origen de sus fortunas. Aquel aquelarre -que se llevó por delante al propio Alba- fue definido por el periódico El Diluvio, de Barcelona, como la reunión de una ‘plutocracia absorbente y dominadora’. Y en esos estamos un siglo después”.

“Un país sometido a élites políticas y económicas que han llevado a España a la ruina en defensa de sus propios intereses. Sin duda porque las instituciones no han funcionado. Sin duda por un déficit democrático que convierte al aparato del Estado en una simple pantomima al servicio de los poderosos. Sin duda por una endogamia que lastra el crecimiento y que ha dejado al país sin modelo productivo”, concluye Carlos Sánchez.

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